Es muy probable que con este se haya cerrado la titularidad de Eiji Oue (Hiroshima, 1957) al frente de la OBC, iniciada en 2006. Aduciendo negligencia en la gestión de la programación, la gerencia de la orquesta no le ha renovado pese a la adoración que le profesa el público local, el apoyo del 90% de los músicos y las críticas mayoritariamente favorables. ¿Les suena, siquiera en parte, la situación?

Viéndole sobre el podio se comprende pronto que nos hallamos ante un director que excluye las reacciones tibias. Su técnica sobre el podio recuerda a la de su maestro Seiji Ozawa; si acaso, los gestos son aún más llamativos. Pero, como ya sucedía con el antecedente (al menos durante su juventud), ninguno de sus aspavientos o amalgamas de varios compases en nada o sólo en muy contados casos perjudica los resultados, mientras que muchos los mejoran. El recuerdo aporta pruebas en ambos sentidos; no, significativamente, el de la primera obra ofrecida. En Pantonal, un ejercicio orquestal firmado por Joan Guinjoan en 1998 que entretiene al oyente cultivado como los sudokus a un matemático o los dameros malditos a un lingüista, el director japonés se atuvo a lo escrito (sólo aquí dispuso de partitura a la vista) con una moderación sólo perdida en las controladas incursiones finales en lo aleatorio.

Otra cosa fue ya totalmente un Don Juan brillante hasta lo hiriente en los momentos de exaltación (el mejor de éstos el que sigue a la entrada de don Pedro en escena), pero muy poco erótico en la escena de amor. Claramente en el debe de la batuta cabe consignar la falta de unanimidad con que arrancó el pasaje conclusivo, la entrega a la muerte. Pero la apoteosis la produjeron unos Cuadros repletos a partes iguales de estimulantes diseños de fraseo, exquisiteces tímbricas, comas convertidas en calderones, silencios exagerados cuando no inventados. Nada impidió, sin embargo, la construcción de una sólida estructura de principio a fin.

Nimrod, de las Variaciones Enigma de Elgar, acrecentó como propina el éxito.