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Con una mirada concienzuda y severa que cubría con unas gruesas gafas, José Saramago se presentaba tranquilo y afable, pero siempre sabiendo que, además de desentrañar el argumento de su última novela, tenía que opinar sobre los últimos acontecimientos políticos y sociales. Fue un creador ideológicamente activo y su voz recorrió el mundo para gritar contra la injusticia, la globalización o la pobreza. Un sentir humano que también le dio la profunda capacidad para amar y sentir pasión por la literatura.

"Nuestra única defensa contra la muerte es el amor" señaló en una ocasión. Pero el compromiso con los débiles que ya lo dejó patente en 1980 en el libro Alzado del suelo, donde daba cuenta del testimonio de la luchas de los campesinos, se multiplicó tras recibir el Nobel de Literatura en 1998, porque su voz, su altavoz, se multiplicó al tener que viajar por el mundo entero.

"Me gustaría-dijo-que la gente se haga esta reflexión: que los Derechos Humanos son incompatibles con la globalización económica, porque todos estamos controlados y no importa nada, lo que profetizó Orwel es una pálida sombra de lo que está pasando hoy. A los gobernantes solo les interesan los derechos políticos, pero los humanos no y son la clave de la existencia".

"Creo que es necesario más que nunca defender lo que se siente y ser libre. Y lo más importante: yo me siento libre y con voz propia para asumir lo que creo que es justo", dijo este escritor, que nació en una familia humilde de campesinos, en un casa en la que no había libros (el primero se lo regaló un amigo a los 18 años).

"Lo que cuenta es la capacidad del individuo para resistir a los cambios de su propia vida, y desde luego no se puede renegar de uno mismo", añadió en otra ocasión. En 2008 con la experiencia que da el paso del tiempo, Saramago decía que la felicidad consistía en dar pasos hacia uno mismo. "Siempre estoy atento a la realidad del mundo, tanto a las cosas buenas como a las malas, con la pretensión última de alcanzar la felicidad", un don que, en su opinión, se conseguía "dando pasos hacia uno mismo y mirando lo que se es".

En 2009 cuando presentó Caín, criticado por la Iglesia católica y por los conservadores de su país, sostuvo que "el Dios de la Biblia no era de fiar".

"Dios y el demonio no están en el cielo ni en el infierno están en nuestra cabeza. Primero creamos a Dios y luego nos esclavizamos a él", explicó Saramago, que ya había causado las iras de la Iglesia con El Evangelio según Jesucristo.

Y cómo fue Saramago de niño lo contó en 2007, cuando publicó Las pequeñas memorias. "Era un niño muy tranquilo, que no tenía capricho" que llegó a creer que el problema no es el mundo sino el hombre, que ha hecho del mundo un lugar lleno de injusticias, crueldades y torturas. Por eso, yo digo a veces que no nos merecemos la vida".