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­No suelta la guitarra mientras responde. El sonido de fondo de la entrevista es el rasgueo de las cuerdas que afina. En el caso de Jorge Drexler, no es un tópico eso de que tocar en Valencia es especial: en el barrio del Carmen cantó por primera vez ante público. No muy numeroso, pero muy amigo, cuenta. Lo recuerda a la perfección: 1989, Café Berlín

—«ya no existe, creo»—, aparcó Medicina en Uruguay durante un año y se vino a Europa. ¿Por qué Valencia? Porque tenía una amiga en Quart de Poblet. Hizo una maqueta y se lanzó a la aventura de la música. No erró. Compañero sentimental de la actriz y cantante Leonor Watling, pone las barreras del tímido cuando llega la hora de hablar de lo personal.

Su último disco ha merecido cuatro candidaturas al Grammy latino. El éxito con la crítica ya lo tiene, pero no sé si prefiere el del público...

No tengo una buena relación con la palabra «éxito». Etimológicamente —en Medicina lo enseñan— significa «salida, fin». Prefiero el proceso antes que el fin. Es algo también de lo que quería decir con este disco: amar la trama, el nudo, antes que el desenlace.

Trama también tiene una acepción más periodística, la de red corrupta. En España vamos servidos...

Es triste lo que está pasando con la política y la corrupción. Una profesión tan digna...

Usted que es médico: ¿tenemos remedio los occidentales?

No creo que estemos peor que los orientales. Nuestra especie está enferma de ensimismo y eso sí que es síntoma de muerte. La gente sólo se preocupa por la finalidad inmediata de los actos. Luego, ya veremos lo que pasa, si tenemos 50 millones de toneladas de barro rojo por ahí...

¿Y la vanidad? ¿No es síntoma de enfermedad interior?

Peor es la crueldad, pero de alguna manera todo está relacionado con una vanidad exacerbada o un ego herido.

¿Cree que las religiones ayudan a sanar?

No me llevo bien con las religiones. Con la religión institucional, al menos. Tratar de organizar algo tan personal lleva a tirar de las cosas peores, como el miedo o la invención de Satanás.

¿Cuánto me pediría por el Oscar, esa estatuilla tan sagrada?

Ahora que lo dice, está prohibido venderla. Lo siento. Te hacen firmar un contrato de que no la puedes vender.

¿La venera, tiene un altarcito en casa?

No se me da mucho lo del altar, ni material ni intelectualmente. Tiene un peso específico en mi vida (pesa casi lo mismo que un bebé, ¿sabe?) y mediático. Pero tengo una buena relación, ni de veneración ni de rabia. No le doy tanta importancia.

¿Le ha cambiado la vida?

No. Me cambió la percepción mediática durante un tiempo, se me acercaba prensa que no era la mía y tuve que estar muy paciente hasta que todo volvió a su carril natural.

¿Toca hacer más conciertos ahora que la industria flojea?

Creo que tiene que ver con mis ritmos personales y con el hecho de que me llaman más. El último disco lo presentamos en 16 países y con el nuevo llevamos tres o cuatro más. Llegué tarde para hacerme rico con los discos. Primero porque se vendía mal lo que hacía y luego, cuando se empezó a vender bien, este término había decaído tanto que no eran muchas copias.

¿Tiene miedo ante el futuro o queda para los que empiezan?

Tengo miedo y mucha ilusión en el futuro, porque la industria es sólo una parte de la música. Esta está en uno de sus apogeos históricos. Es una tecnología nueva y es difícil ver cómo se hace para que las ideas sean retribuidas en su justa manera a los creadores, pero nunca las ideas han tenido tanto protagonismo. Lo que parece una farsa es pensar que los que tenemos las ideas no debemos cobrar bien. Yo voy al supermercado y pago por mi botella de cerveza. El todo gratis me parece genial, pero para todos.

¿No da pereza y rabia que todo sea cuestión de números y mercados?

No sé qué tiene la gente en contra del mercado. No lo entiendo. Es como la política o la música: se puede hacer bien o mal. La economía de mercado, de la que todo el mundo se queja, ha permitido un avance gigantesco en el mundo material del ser humano. Evidentemente lo material no es lo único importante, pero eso no es culpa del mercado. Antes del mercado, el ser humano deforestó la península Ibérica. No hay que caer en el infantilismo de echarle la culpa a los demás. Nunca quien escribe música ha tenido tantas oportunidades de difusión. Que la mayor parte de lo que salga por radio o televisión sea una mierda ha sido así siempre. Sólo que antes se difundía menos.

Ha colaborado con Marlango, ha hecho una canción para «Lope» y Leonor Watling también participa en sus discos. ¿Qué pasa, cree en aquello de que la familia que canta unida se mantiene unida?

Cantar unidos en una casa es muy bueno, me parece una tradición maravillosa que se practica poco, creo que más en Valencia, que es una de las zonas del mundo con más gente con capacidad para leer una partitura. La música no es amada especialmente en la meseta castellana; ya lo decía Ortega y Gasset. Aprovecho a responder con términos generales, porque uno se expone tanto en sus canciones que cuando llega el momento de hablar de su vida personal da muchos rodeos. Soy muy tímido desde chico, aunque entiendo la curiosidad de la gente. A mí también me gustaría saber qué desayuna Leonard Cohen, pero me sentiría defraudado si me lo contestara.

Captado. Dígame entonces si es más satisfactorio crear canciones para películas que para otros intérpretes.

Escribir para cine recorta la realidad y te sitúa en un marco muy específico. Escribir para uno mismo te deja lidiar con todo el infinito y eso da más vértigo.

¿A qué película le hubiera gustado poner música?

Me hubiera gustado quedarme en silencio en las películas de Rohmer, que no tienen música. El silencio me parece una compañía excelente para el cine. No se me ocurre ninguna película que me guste a la que pudiera haber agregado algo más que silencio.