El Centro de Perfeccionamiento Plácido Domingo ha montado en el Martin i Soler de les Arts una Italiana en Argel de la que en lo escénico nada tendrían que envidiar aquellos heroicos talleres de ópera en la Rodrigo del Palau. Quizá algo sí en los medios materiales, en absoluto en cuanto a imaginación. En la segunda de las cinco funciones previstas el aforo se llenó de jóvenes estudiantes que rieron con chistes visuales que no se referían al libreto de Anelli ni a la música de Rossini, sino a ellos mismos y su mundo. En muchas ocasiones, el movimiento de actores distrae del texto que se canta, lo contradice o no tiene que ver con él. Se agradece cuando, como en el final del primer acto, la acción se paraliza. Y el recurso a los hombres de negro como comparsas está ya más visto que el tebeo.

Como suele ocurrir en estos casos, fue la estupenda música la que tuvo que venir al rescate. No tanto por la versión en que se sirvió, a la que Alberto Zedda (Milán, 1928) imbuyó de mucha más sabiduría que emoción con tempi escogidos más pensando en los cantantes que en la partitura. Sí por las buenas prestaciones de varios solistas instrumentales (oboe, flauta y piccolo en primer lugar, trompa en segundo) y de la mayoría de los vocales.

Destacaron en positivo la Isabella de la turca (ironías de la vida) Asude Karayavuz, una contralto que cumple con todas las terribles exigencias del papel; el Mustafá del bajo surcoreano Simon Lim, potente y dúctil; y el Taddeo del barítono de la misma nacionalidad Aldo Heo, que por momentos elevó su desagradecido personaje a la condición de protagonista. Salvo un tenor de voz estrangulada, los demás oscilaron entre la corrección y la discreción.

La sensación final fue mixta: se había pasado bien en general, por momentos muy bien, pero ni tanto ni especialmente en tantos como cabría haber esperado. Falló garrafalmente la componente escénica y faltó algo más de equilibrio al alza en el reparto.