La segunda convocatoria del curso en la Filarmónica reunió obras de cinco grandes compositores barrocos. Sólo faltó Telemann para completar el sexteto de los más grandes. Y si alguien se extraña por la inclusión de Pergolesi, el Stabat Mater que ocupó íntegramente la segunda parte habría bastado para convencerle.

Las versiones corrieron a cargo de una orquesta de cuerdas y una directora-concertino que revalidaron con creces el triunfo obtenido en ocasión parecida hace cuatro años. En disposición 4/5-4-2-2-1-1, tocan instrumentos "modernos", pero incorporando técnicas "históricas" que los sitúan en una tierra de nadie en absoluto estéril. Como poco, constituyen una "tercera vía" imprescindible.

La compacidad del conjunto quedó ya demostrada en una suite de Abdelazer famosa por la utilización que de su Rondeau hizo Benjamin Britten en sus Variaciones sobre un tema de Purcell (Guía de orquesta para jóvenes). Por su brío y densidad, destacaron la Jig y la última aria. No se incluyó la canción final anunciada.

Vinieron a continuación dos conciertos para violín. Más aún que el hermoso sonido y la buena técnica de la solista, en el R. 310 de Vivaldi gustaron detalles como la claridad con que en el Allegro inicial se distinguía la línea de los primeros violines. Y en el BWV 1041 de Bach, que los movimientos extremos fueran vivos además de rápidos y el central grave más que lento. En éste, Scholz dio las tres redondas en un piano etéreo que en la primera (un si bemol 5) nació literalmente del silencio.

En el Op. 6, nº 9 de Haendel se cuidó con encomiable fidelidad estilística la especificidad de la forma concerto grosso. En lo expresivo, el tono procesional que no fúnebre del Larghetto resultó particularmente estimable.

En Pergolesi se contó con dos cantantes de voces no grandes, pero bien timbradas y muy mimadas por los instrumentos. El muy escaso público aplaudió, sí, pero con mucha menos fuerza de lo merecido.