«El condenado por desconfiado»

teatro principal de valencia

De Tirso de Molina. Versión: Yolanda Pallín. Int: Jaime Soler, Arturo Querejeta, Francisco Rojas, Muriel Sánchez, Daniel Albaladejo… Arpa: Sara Águeda. Escenografía: Elisa Sanz. Vestuario: Montse Amenós. Iluminación: Pedro Yagüe. Dirección: Carlos Aladro. Producción: Cía. Nacional de Teatro Clásico.

Las obras adquieren la denominación de clásicas si el paso del tiempo las mantiene frescas y sus conflictos siguen dando que hablar. De lo contrario sólo podemos darles el calificativo de antiguas.

Es lo que, me temo, sucede con este dramón religioso y existencial atribuido a Tirso de Molina. Y no lo digo sólo por el tema, sino también por la forma teatral de tratarlo. Dramatúrgicamente la obra despierta poco interés. En todo caso el único interés llegaría de una investigación arqueológica para redescubrir un ejemplo de los sermones religiosos que se lanzaban a los espectadores de los corrales de comedia. Podemos sí, intentar comprender el drama de lo difícil que es comunicarse con Dios, y de la polémica entre la posición De auxilis, o la defensa de un punto de libre albedrío del ser humano, y la de predestinación: si Dios es omnipotente, el hombre no es libre, y si el hombre es libre, entonces Dios no es del todo omnipotente.

A partir de aquí podemos hablar de ese punto de expresión de la fragilidad humana que contiene el texto, y de su tensión existencial y altamente espiritual. También de su ingenio en la elaboración de los dos personajes principales: la soberbia del monje Paulo, desconfiado de la gracia de Dios; y el criminal Enrico que, sin embargo, nunca pierde la esperanza en su salvación. Igualmente es reseñable ese clímax surrealista con la aparición de personajes sobrenaturales, pero, finalmente, todo ello se diluye por el predominio de la ejemplaridad demostrativa, y una estructura dramática que queda lejana.

Y eso que es muy elogiable la puesta en escena de Carlos Aladro, brillante y funcional, y una excelente dirección de actores. Destacan Daniel Albaladejo (Enrico) y Arturo Querejeta (en el peliagudo Pedrisco), pero todos se muestran muy entonados y con un espléndido estilo en el «decir el verso». Mucha carne teatral moderna puesta en un drama que se les escapa, por antiguo.