Esta temporada concluye su vinculación directa con el Palau de les Arts. ¿Todo ha salido como quería?

Sí. Estoy contento y convencido con lo que me propusieron. He conseguido formar una orquesta con jóvenes músicos que ha alcanzado un nivel internacional e interpretar durante estos cuatros años el repertorio que el teatro requería. Creo que la orquesta está a un nivel internacional y a una gran altura.

Le va a sustituir un director muy joven, Omer Wellber. Hay quien dice que se abre un antes y un después, un cambio de ciclo generacional y, al mismo tiempo, de entender la música.

Sólo puedo hablar del antes, porque es lo que conozco: de la orquesta y de mi trabajo. Después ya no tendré una influencia sobre ella. He trabajado con un coro excelente, he tenido la oportunidad de decidir los elencos y elegir artistas, y en el caso de coproducciones, como Aida, he podido tener cierta influencia en algunos aspectos de colaboraciones. No olvide que soy director musical y no artístico. En Viena o en otros teatros sí he tenido la oportunidad de compaginar la dirección musical con la artística y mis decisiones fueron diferentes. Pero aquí no he querido entrometerme en otras cuestiones.

¿He de entender que alguna de las decisiones adoptadas sobre estos departamentos a los que se refiere hubieran sido para usted diferentes?

Para opinar tendría que tener toda la información necesaria. La responsabilidad en este teatro es muy grande. Ya la tuve en Viena, y comprobé que dirigir un teatro en todos sus niveles es algo muy complejo que necesita de una gran dedicación. En este caso ha sido una satisfacción no tener que asumir el peso organizativo y dedicarme sólo a la parcela musical. Soy director del Festival de Castleton y allí sólo hay un jefe (ríe), nadie me dice lo que debo de hacer.

¿Se irá con la sensación de que se deja algo en el camino?

No. Estoy contento. Mucho.

Estrenaba usted un nuevo teatro, una gran infraestructura y en una ciudad que se reencontraba con la ópera. Elegir el repertorio, poner en marcha una orquesta, convencer al público, ¿qué ha sido lo más complejo?

La verdad es que la experiencia ha sido muy positiva. No sabía cómo podía ser la reacción del público, pero he de admitir que este público conoce; en serio, está muy preparado, y eso me ha motivado mucho. En todo momento he tenido la sensación de estar ante un público experimentado que buscaba un nivel alto desde el punto de vista musical.

¿No ha sido entonces un reto?

Adoro los retos y este teatro también lo ha sido. Creo que se ha realizado un trabajo muy digno y tengo la sensación de que mi participación no ha sido en vano.

Cuentan los músicos que usted es un director muy exigente. Aún así, todos ellos hicieron piña cuando, hace un par de años, se abrió la posibilidad de que se fuera. ¿Cómo se tiene contenta a una orquesta a la que cada día se le exige más y más?

Todo tiene que ver con el respeto. Eso es lo que hay que exigir y ha de surgir simplemente de la realidad que uno siente delante de sus músicos. Los músicos tienen claro que como director respeto ante todo la voluntad del compositor, y ellos saben que aunque sean jóvenes respeto a cada uno de ellos como músico. Como violinista que soy, sé lo difícil que es estar a la altura de una partitura y del nivel que exige, del respeto que hay que tenerle. Por eso exijo trabajo, pero al mismo tiempo los músicos han de encontrarse apoyados por mi forma de trabajar y de afrontar una partitura.

¿Simplemente es trabajo o también algo de mano izquierda?

O también intentar pensar siempre de forma positiva sobre el trabajo de los músicos, porque son los que te acompañan. Nunca he exigido respeto a los músicos, ni he querido imponer mi voluntad, aunque también siempre he sabido que quien dirige tiene que dirigir.

¿Dónde está su nivel de autoexigencia, en encontrar la perfección?

Hace muchos años leí una entrevista a un músico en la que afirmaba que algunas veces encontraba al maestro descontento con la orquesta, insatisfecho, infeliz, y después de mucho tiempo entendió que era él quien estaba descontento consigo mismo. Lo que sucedía era que no trabajaba al nivel que deseaba.

¿Sólo consiste en encontrar la felicidad con uno mismo?

A estas alturas de mi vida me he vuelto un poco más filósofo y no me exijo más de lo que puedo dar. (ríe)

Alguien de esta casa me contó una vez que una noche, a punto de salir a saludar, lo encontró a usted meditativo en una esquina de la escena. Y se acercó a preguntarle si le ocurría algo. Él se quedó perplejo cuando le contestó que quién le iba a decir que a los 80 años aún sería capaz de descubrir un detalle dentro de la partitura, y que eso le había emocionado.

Enfrentarte a una partitura es un estado de gran intimidad. Nunca sales a escena consciente de lo que vas a encontrar o a buscar una nueva versión, o un nuevo desarrollo. La música viene de forma natural y tú la interpretas, la vives. Soy de la opinión de que detrás de cada nota existe un mundo enorme que en muchos casos hasta el compositor era inconsciente de su existencia porque suelen escribir al dictado, de forma mecánica y sin saber de dónde viene una idea ni la propia música, sino que la escribe.

¿Entonces hay que descubrirla o cada uno la descubrirá a su manera?

Eso es lo que yo siento porque intento llegar a la otra parte. Cualquiera puede escribir notas mejor o peor, con más o menos arte, pero ¿por qué precisamente esa serie de notas y no otras? Ahí es donde inconscientemente el compositor logra un mundo. Con ello no quiero decir que Dios esté detrás, ni que sea una cuestión mística. Pero es cierto que en la música existen otras dimensiones. Y, de alguna manera, todos las percibimos. Hay otras dimensiones y también otras vibraciones personales. Naturalmente, también hay gente que tiene talento y mas sensibilidad que los demás, y como tal, lo percibes, pero la música es en sí misma un misterio.

¿Ese tipo de experiencia la ha vivido usted mismo como director? ¿Cree que en sus obras, pienso en 1984, por ejemplo, otros descubrirán detalles que jamás pensó serían descubiertos?

Sí, por supuesto. Quizá es que siempre he visto y he leído la música poniéndome en la cabeza del compositor. Pero en ese sentido no soy un compositor envidioso, jamás. Cada uno ha de hacer lo que sabe y sentirse libre. Hay que componer sin mirar a los demás, siendo uno mismo. Nunca me he sentido molesto por dirigir a otros compositores. Cada uno es su propio director.

Sin embargo, siente fascinación por algunos como Ravel.

Pero lo verdaderamente importante es que cada compositor tiene un mundo propio y entre ellos no existe la competitividad. No se puede decir que Bach haya sido más o menos que Verdi, por ejemplo. Gracias a Dios, cada uno tiene su sitio en la Tierra y en la Historia, y hay que estar feliz con el sitio que ocupas. No hace falta romper estructuras, sino ser uno mismo.

¿No existe, entonces, para un director una influencia especial de gusto, temporal, de momento interior a la hora de escoger el programa de un concierto?

Para mí, elegir un programa tiene que ver con muchos aspectos: desde las piezas que recientemente has tocado o has llevado a un auditorio, hasta estudiar la psicología del melómano y la forma en que puede reaccionar ante ellas un auditorio. Puede que algo llegue a influir, pero nunca va unido a una cuestión personal. No se elige Brahms para después interpretar a Sibelius. Son otros motivos.

Sin embargo, frente a Ravel, para la ópera que usted escribió y que esta temporada pondrá en escena sí eligió un tema tan complejo como el que describe Orwell.

Fue una elección muy personal. 1984 es una tragedia, y la música está a la altura de una tragedia. Hablamos del fin del mundo y yo quería poder representarlo.

¿Aún compone mucho?

No. Después de 1984 dije que ya no podía más. Fue agotador. Ahora comienzo a sentirme en cierta medida recuperado y con la cabeza mejor. Comienzo a tener de nuevo energía. Quizá me atreva con otra cosa.

Da miedo ver su agenda y sorprende su vitalidad. ¿De dónde saca el tiempo?

Cuando quiere haces algo y eres un hombre ocupado, has de buscar el tiempo para hacer lo que también te apetece. En cualquier caso, componer necesita su tiempo.

En un momento de disgregación de sinfónicas, fusiones de teatros, recortes en los auditorios, fin de los patrocinios... ¿adónde va esto?

No sé la respuesta. Allí dónde se plantea la cuestión nadie sabe qué va a pasar. En mi opinión todo tiene que ver con la calidad. Estos momentos traen depuraciones. Pero me siento incapaz de entrar en cada uno de los sectores. A lo que sí me dedico es a observar a los jóvenes directores, y creo que hay mucho nivel y que serán reconocidos en el futuro. Mi interés actual es poder centrarme en ellos, porque son quienes han de conseguir que la música clásica continúe.

Pero a este paso no tendrán oportunidades, y puede que se abra un gran escalón entre los que ya están y los que han de llegar.

Pero hay gente muy talentosa que se abrirá paso. Soy optimista. Ahora vengo de Turquía y he encontrado un gran número de buenos intérpretes, como los hay en China.

También vivimos el final de un tipo de consumo discográfico y la piratería ha llevado a las orquestas a dejar los estudios de grabación.

Yo ya no hago grabaciones. En unos años todo ha cambiado mucho. Y ahora, además, todo se graba en directo. No hay tiempo para trabajar en estudio y tampoco es necesario. Tenemos otros medios técnicos. 1984, por ejemplo, se grabó así.

Si venir a Valencia fue un reto y cuando todos creían que iba a dedicarse a su fundación, resulta que acepta la dirección de la Sinfónica de Munich.

Y estoy invitado en el Metropolitan, continúo en la Filarmónica de Nueva York y tengo mucho interés por la Ópera de Pekín. Es un teatro nuevo y su orquesta también. En ella hay músicos de 15 nacionalidades, lo cual es muy positivo, porque no responde a una cuestión nacionalista. China quiere aprender y desarrollarse y tiene mucho que ofrecer: cantantes jóvenes y una decidida aportación económica.

¿Pasará factura este último aspecto en Europa y América?

Es muy importante que exista un apoyo económico para que los jóvenes y los artistas puedan desarrollarse. Pero en China, por ejemplo, la mitad de los ingresos presupuestarios de un teatro se producen gracias a la taquilla. El público es muy participativo.

¿De qué producción del Palau de les Arts ha quedado hasta ahora más satisfecho?

No podría elegir, en serio. Han sido muchas. Cada una ha tenido lo suyo.

Es usted diplomático. Al menos recomiende una.

Siempre, la próxima.