Gracias, Valencia. Gracias a todos por acudir al Teatro Rialto. Las entradas se agotaron hace ya más de un mes, por eso la dirección de Teatres de la Generalitat ha decidido prorrogar Los intereses creados en el Teatro Rialto hasta el próximo 9 de enero. Era nuestro mayor empeño y lo hemos logrado. Lo demás es agua de borrajas, es decir, palos al aire que al final se vuelven contra quien los lanza.

Hoy no se trata de escribir acerca de la administración, ni de la oposición, ni de los inconformistas maleados, cuyas quejas se difuminan entre su propio rencor y la complacencia de los más de 20.000 espectadores, que es a quienes hemos dirigido esta obra. Han entendido a la primera nuestro esfuerzo, y especialmente, el de Don Jacinto Benavente, y se han volcado para ver y escuchar la obra mas significativa del Nobel de Literatura , a pesar de que he leído que algunas voces tachan a Benavente de no escribir sobre problemas reales, e incluso se atreven a aseverar lo mismo de Lope de Vega . Hay que ser cenutrio para meterse en esos berenjenales que desnudan la ignorancia de quien lo afirma sin rubor, falto de conocimiento teatral y carente de todo atisbo del TEATRO y del público de Valencia.

En resumen, Los Intereses creados y sus huestes se comerán el turrón en Valencia, en el Teatro Rialto. ¿Les parecerá bien a los tocadores de castañas? Desde luego a los espectadores sí. Claro que a esos de las castañas (no al vendedor de las mismas apostado a la puerta del Rialto, que se felicita de la prórroga de la función porque ve cómo el público que asiste también compra su producto), la opinión del público se la trae floja. Quizás, en justa correspondencia, la mayoría de sus proyectos se la trae floja al público. Así es la vida, donde las dan las toman. Se han enfrentado a la razón del teatro, los espectadores, que son quienes pagan y eligen donde ir. Menudo patinazo. A ver como les explican a los miles de asistentes, jóvenes y mayores, a las representaciones de Los intereses creados, que ese teatro no interesa a nadie. A nadie de esa, afortunadamente, limitada troupe le interesa porque no está a su alcance trasnochado y despreciativo. A Valencia le sobran actores, directores, escritores, decoradores y técnicos, que sin embarcarse en la fijación anti-administración, han hecho grande nuestra historia teatral. Ese grupúsculo quiere arrastrar peligrosamente a cuantos no están de acuerdo con ellos hacia el vacío. Se están convirtiendo en una secta, que en lugar de miedo, comienza a generar risas.

Deberían respetar de una vez por todas a los que disienten de sus métodos y procurar que la administración no se aburra de sus permanentes reclamaciones y les deje, a ellos y a los que no les siguen, en pelota picada, es decir, sin un céntimo. No sería la primera comunidad en hacerlo, en la que sus políticos prefieren invertir el dinero en restaurar el patrimonio cultural. Y que no me vengan con el cuento de que también yo me quedaría sin trabajo, porque son conscientes de mentir cuando afirman esa perogrullada. Trabajo en muchos lugares del mundo y cada vez que puedo lo hago en mi tierra y lo seguiré haciendo.

Y ahora pueden meterse con todos los cargos públicos que les de la gana, que también cobran por eso. Pero a los cómicos que trabajamos libres de trabas e hipotecas, y cuya principal meta es acercar al público al teatro, que nos dejen actuar y mientras que utilicen sus energías, si es que les quedan después de tanto berrinche, en pelear por proyectos dignos sin necesidad de menospreciar ni a Benavente, ni a Lope ni a Aristófanes ni muchísimo menos al público, que, aunque les pese, es el gran sabio. Nosotros seguiremos con Los Intereses creados hasta que los Reyes Magos se pierdan en la lejanía.

Y a los cuatro necios encabronados por nuestro éxito colectivo, que rebusquen en las arcas del teatro de siempre, del bueno, del de verdad, a ver si encuentran algo que, sobre todo, les quite ese resentimiento que les empequeñece y que trata de impedir a toda costa que el teatro siga creciendo en calidad y en espectadores en esta maravillosa tierra que nos cobija y alienta. De nuevo, ¡Gracias Valencia!

Ahora debo irme al teatro a seguir con Los Intereses Creados. Somos 16 actores y un nutrido grupo de técnicos que debemos cumplir con nuestra obligación. Yo como director y protagonista celebro que hayamos dado en el clavo. Siempre he sostenido la gran afición que existe en esta tierra por el teatro y como consecuencia la inmensa cantera de actores valencianos que ha poblado todos los escenarios de España y de Hispanoamérica. Son miles los valencianos que acuden al Festival de Teatro Clásico de Mérida todos los veranos para hacer turismo por Extremadura y presenciar alguna de las representaciones. Doy fe de ello, porque he compartido con algunos de ellos plato de jamón de Montanchez y vino de la tierra, al terminar la representación. Seis veces he tenido el lujoso honor de pisar ese milenario escenario y rara ha sido la actuación que no se me han presentado grupos de paisanos entusiasmados, no sólo por el teatro, si no por la belleza de aquellas latitudes. Lo mismo podría decir del de Itálica, o el de Olite, o San Javier o Norba. Sagunto no lo cuento porque les queda muy cerca y el esfuerzo es menor.

Quiero transmitir mis buenos deseos a todos aquellos actores en ciernes y a los que, no tan en ciernes, esperan su oportunidad. Como siempre afirmo, ésta es una profesión donde el éxito camina de la mano del fracaso. Basta un pequeño empujoncito para inclinarse hacia uno de los lados. Es fácil aglutinar en torno a una mínima parte de supuestos profesionales, corroídos por el desaliento que produce la ausencia de trabajo, a las nuevas hornadas de jóvenes cargados de ilusión y llenos de esperanzas en sus futuros respectivos. Jóvenes cuyos talentos pueden naufragar antes de llegar a puerto, anegados por las hieles de los insatisfechos, de los espantapájaros disfrazados de honrados trabajadores del teatro, que ante su propia incapacidad, tratan de arrastrar a los últimos en llegar, no sea que alguno de ellos, sobrado de conocimiento y ganas, les devuelva a su propia realidad. Ya sé que esto no le importa al públicoÉo sí. Ellos son la razón de nuestro trabajo y prescindir de sus opiniones es tan burdo como echar la culpa a un actor de que la instituciones no funcionen de acuerdo a nuestros deseos. Tal vez, si alguno de esos resentidos hubiera buscado el camino del encuentro en lugar del de la discordia, los recien llegados hubieran resultado los mas beneficiados. Mal ejemplo han impartido al menospreciar lo que no está a su alcance. Se quedarán solos con sus resquemores y con sus polémicas, que por más que las denominen de agrias, son únicamente suyas, al albur de un nombre conocido, en este caso, el mío. He dicho lo que pienso, como casi siempre. Las polémicas las dejo para los más cortos de entendimiento, aturdidos al contemplar con estupor como se han agotado las localidades a falta de tres semanas para terminar la temporada, lo que nos ha obligado a prolongarla.

Los que hemos participado en este proyecto agradecemos la confianza que se ha depositado en nosotros. Lo que se está viendo en el Rialto no es un musical precedido de un multitudinario éxito en Madrid, es, ni más ni menos, una de las mejores obras del teatro español de todos los tiempos.

Todas las necedades que rodearon su estreno y mi opinión personal acerca de la política teatral de la Consellería de Cultura, sólo han servido para desprestigiar aún más a quienes las vertieron. Como valenciano, como persona y como actor, pongo mi conocimiento y mi experiencia al servicio de quien le toque administrar nuestra proyección teatral.

Yo, al contrario que el magistrado De la Rua, si he tomado café con Camps, con Rita, con Carmen Alborch, con Felipe González, Con Juan Carlos I, con Joan Lerma, con Jose María Aznar, con Pérez Casado, con Alfonso Rus, con Antonio Asunción, con Enrique Crespo, con Marcelino Camacho, con Trini Miró, con Antonio Tordera, con Inmaculada Gil Lázaro, con Jose María Morera, con Zaplana y un largo etc de gentes relacionadas con la política, a las que he criticado sin ningún rubor cuando así lo he considerado. Me voy al teatro, no vaya a llegar tarde.