¿Ha cumplido todos sus sueños?

No, pero no me puedo quejar. Soy de las pocas personas que creen que sí ha sido profeta en su tierra. En un momento determinado fui director de la Orquesta Municipal de Valencia y fue el único cargo al que no me tuve que presentar a una oposición para conseguirlo. Las carreras profesionales son complicadas y en este mundo dependes de muchos factores, y de la suerte también. En esta vida no sólo hay que saber.

¿La suerte ha sido compañera suya?

Una vez me presente a una oposición para dirigir la Orquesta Sinfónica de la RTVE que se acababa de crear. Le pedí al concejal del ayuntamiento de Valencia que me dejara hacerlo porque me lo habían pedido, pero le dije que estuviera tranquilo porque no iba a ganar la plaza ya que pedían unos ejercicios que yo no sabía. Me preparé con Manuel Palau. Y, cosas de la vida, sin esperarlo ganamos Ros Marbá y yo. La suerte hay que buscarla, pero también hay que estar formado para cuando aparezca.

Además de suerte, en el mundo de la música también hay que tener padrinos.

Si los tienes es estupendo, pero a mí no me han regalado nunca nada. Aún así, al margen de tener padrinos hay que servir. Si uno se pone delante de una orquesta y hace el ridículo ya puede tener padrinos que no vuelve a dirigirla nunca.

Pasó cerca de veinte años al frente de la Sinfónica de RTVE. ¿Un director, cuantos más años al frente de una misma orquesta, mejor?

No. Pero yo tenía una ventaja. No estaba sólo, sino con Markevic, Ros Marbá, Odón AlonsoÉ Pero no hace falta que los directores se eternicen porque luego acaban surgiendo los problemas.

¿De compenetración personal?

Sí, roces, costumbres. Es bueno que una orquesta sepa por dónde quiere ir su director y lo que pretende, pero luego hay otras cuestiones que se van deteriorando.

¿Cómo se eliminan las rutinas?

Es difícil. Por eso hay que estar en constante evolución para que la gente vea que no te has dormido en los laureles.

Pertenece a una generación brillante. Plácido cumple 70 años, Frühbeck de Burgos está en los 79, usted, en los 73, HalfterÉ Pero después hay cierta especie de vacío generacional y apenas oportunidades.

Sí. Y si miras más hacia atrás hay otro gran vacío. Empecé de violinista. Gané el Premio Nacional de Violín en 1957 y todos los que existían, pero fracasé en el último al que me presenté, el Sarasate. De haber ganado ese premio hubiera sido la primera vez en la Historia que un padre y un hijo compartieran el mismo galardón. Con 20 años lo podía haber ganado. Hemos trabajado mucho y sin parar.

¿Guardó el violín por ese fracaso?

En parte sí. A los 18 años tuve la oportunidad de dirigir un concierto. A Benito Laurent, que era el director de la Orquesta del Conservatorio, tuvieron que operarlo de urgencia de apendicitis. Teníamos un concierto apalabrado en un Colegio Mayor. No podíamos perder esas pesetillas. Era el concertino y los músicos me pidieron que los dirigiera. Ahí comenzó todo.

¿Y nunca lo ha echado ya en falta?

No porque ser director es un trabajo muy complicado y muy distinto.

¿Qué tiene de bueno ser violinista y dejarse dirigir o dirigir dejando de lado al violín pero teniéndolos en primera línea?

Responsabilidad. Si eres violinista has de tener un repertorio concreto que te permita dar muchos recitales. Con eso puedes dar la vuelta al mundo y vivir mucho tiempo como concertista. Si lo haces como director no puedes vivir con un numero de obras determinado. Pero el violinista, aunque no progrese en partituras, ha de mantener sus dedos ágiles, mientras que en el director la gimnasia se llama técnica.

¿Tiene contabilizados todos los conciertos que ha dado?

Los tenía. Habré dado más de tres mil, pero tuve la mala suerte de perder la lista en un cambio de casa.

¿En este mismo momento recuerda uno con más nostalgia?

¿Ahora?, muchos. Pero hubo uno especial en Londres con la Sinfónica de RTVE. Había sido organizado por el entonces embajador en Inglaterra, Manuel Fraga, que fue quien creó la orquesta. Veníamos de un gira de treinta días por Estados Unidos. Llegamos de viaje por la mañana y por la tarde nos íbamos a Londres. Al día siguiente era el concierto. Llegamos con tres contrabajos rotos. Fue el peor ensayo del mundo. Cogimos unos contrabajos que había por allí y actuamos. Fue el concierto más maravilloso pese a las dificultades.

¿Es cruel la vida del músico?

El problema son las giras largas. Llega un momento en el que piensas: otra vez.

¿Por eso le preguntaba antes cómo evadirse de la rutina?

Pensando que todo en esta vida se puede hacer mejor.

¿Ha necesitado ponerse metas?

No, pero siempre he querido que el concierto del día siguiente fuera mejor que el del día anterior, y no siempre lo he conseguido, pero al menos lo he intentado.

¿Existe en el podio el miedo al error?

Por supuesto. La Consagración de la Primavera de Stravinski es una de las obras más complicadas de dirigir y más si la haces de memoria. Si te equivocas en un mínimo detalle has de llamar al FBI para que encuentren a los músicos. Hasta Gergiev seguro que utiliza la partitura. Es curioso, ahora que lo hablamos, pero los rusos casi nunca dirigen de memoria.

¿Cuántas obras tiene usted en la cabeza?

Muchas, pero si me la sé dirijo de memoria. No siempre puedes estar mirando la partitura. Y por consejo de Celibidache, nunca acompañes a un solista de memoria porque te la puede liar.

¿Su generación era más inquieta o es que la de ahora es diferente?

Antes hablamos del azar y en esta vida hay que tener suerte hasta para conseguir los maestros. Mire, yo estaba estudiando en Alemania y había conocido a Celibidache gracias a mi padre. Él nunca había dado clases. Y estando en Alemania vi que iniciaba en Siena unos cursos. Así que decidí seguirlo. Trabajé de muchas cosas para pagarme los estudios. Tomar esa decisión fue suerte.

¿Qué tenía Celibidache que otros no poseyeran al margen de negarse a publicar grabaciones, alegando que ninguna grabación es capaz de captar todos los matices que se perciben en directo, o su filosofía de que un concierto es una experiencia trascendente?

Pues que era el más grande, el hombre que más sabía de música y tenía un arte y una forma de saberlo transmitir, y unos conocimientos, que a todos nos dejaba con la boca abierta.

¿Y detrás de él ?

Hay muchos. Mehta, Maazel tienen un nivel y unos conocimientos extraordinarios y si ves a Karajan su capacidad es impresionante.

¿O Bernstein quien le dio el premio Mitropoulos?

Bernstein hacía tantas cosas y todas bien que ...Pero lo que mejor hacía era componer. Y era también un gran pianista.

Usted fue el primer Catedrático de Dirección. ¿A quiénes siente como discípulos?

Hay varios, Juanjo Mena, Fernando Bonete, Vicente Chuliá...Puede que ellos dirijan de otra manera, pero la base es la misma.

¿Fue muy exigente con sus alumnos?

He sido mas humano con ellos de lo que era Celibidache con sus alumnos.

¿Y en el caso de su familia, en la que sus hijos han seguido su profesión, ha sido más o menos crítico?

Nunca les he obligado a hacer nada. Yo fui músico porque lo elegí, aunque mi padre siempre quiso que tuviera una buena formación y que no le pasara lo que le sucedió a él que nunca fue Catedrático porque le exigían armonía y él no se había preocupado mucho.

He de admitir que también acercó a mi generación a la música a través de la televisión como Bernstein en Estados Unidos.

Es que lo que buscaba era lo que usted dice: formar. Lo que pretendía era formar gente, futuros consumidores de música. Y empecé el programa con una orquesta de quince músicos y acabé utilizando toda la sinfónica de RTVE.

Hoy el público español es un gran consumidor de música clásica y de ópera ¿pero su nivel de formación es suficiente, son auténticos consumidores preparados?

Tampoco hace falta que el público siente cátedra. Lo importante es que guste y que la gente sienta la necesidad de acudir a una sala de conciertos a pasarlo bien. Recuerdo que cuando estuve de titular en Valencia llegamos a poner los conciertos a diez pesetas y no iba nadie al teatro Principal. Hoy el Palau se llena.

Nunca ha tenido miedo a tocar con bandas y a afrontar zarzuelas, cuando muchos directores miran por encima del hombro.

Es que para mí nuestra zarzuela es un tesoro inmenso y tenemos tanta riqueza musical. Los compositores que se dedicaron a escribir zarzuela lo hicieron porque era la única oportunidad de poder ganar dinero, pero no porque fueran incapaces de hacer cosas más grandes. Lo que sucede es que haciendo una sinfonía Chapí no ganaba dinero.

Pero hay muchos directores que no bajarían a las bandas.

Esa es otra cuestión. La banda es un instrumento extraordinario y muy difícil de dirigir. Celibidache decía: mi instrumento, que es la orquesta, es el mayor conjunto de imperfecciones que se puede dar en música porque cada instrumento en sí es una máquina imperfecta tocada por seres humanos. Yo le decía: maestro, sí, pero la banda aún es peor porque tiene más diversidad de instrumentos. La misión de la banda también ha cambiado en la historia.

¿Le queda alguna espina?

No haber podido dirigir a la Filarmónica de Berlín. Pero puedo presumir de haber dirigido la Filarmónica de Nueva York, la Sinfónica de Washington, la London Symphony, la Filarmónica de MunichÉ Aunque todas estas orquestas son una arma de doble filo. Depende de cómo entres. Conozco colegas que han vivido suplicios.

El Palau de la Música se ha consolidado como contenedor muy vivo, ¿por qué no lo consigue el Palau de les Arts?

Porque es mucho más caro y le ha pillado en una época de crisis. Ha sido mala suerte. Soy miembro de su patronato y allí he dicho cosas que no han sentado bien. ¿Por qué tenemos que ser nosotros el centro del mundo mundial? No tenemos una solera, una tradición. Llevamos cinco años pretendiendo ser y estamos a un gran nivel, pero eso cuesta mucho dinero. Y si no se puede habrá que bajar un escalón.

¿Qué propone entonces?

Ahora ha venido un señor con 27 años a dirigir la Orquestra y no puede tener la experiencia de Lorin Maazel. Me dijeron que tiene 22 óperas en su repertorio ¡Yo tengo más! Y lo dije en el Patronato. Eso no es un argumento. Lo peor de tener una cosa tan maravillosa como la Ciudad de las Artes y las Ciencias es que luego hay que mantenerlo.

Pero hoy no se mantienen ni los grandes, mire lo que sucede en la Scala o en el MET.

Pues entonces habrá que bajar los costes, habrá que pagar menos. Para conseguir el nivel que se quería mantener en Valencia había que pagar, porque de otra manera no lo tienes.

¿Sería más chauvinista a la hora de apostar por el entorno?

Aquí hay muchos cantantes y muy buenos. Pero es que dentro del mercado mundial hay un baremo de sueldos y categorías en el que se puede jugar. En cualquier ciudad de Alemania hay un teatro de ópera pero ¿a que no llevan a Maazel o a Mehta? Y además tienen elencos fijos, con sueldos fijos que hacen de todo.

¿Tiene ganas de dirigir allí una ópera de repertorio?

Lo he hecho saber en el patronato porque hasta ahora sólo me dejan hacer zarzuelas y conciertos. Elegiría una de Puccini o de Verdi, aunque no tengo manías.

¿Deberían darse más oportunidades y potenciar también a jóvenes directores?

Claro. Si haces eso indudablemente en el baremo económico tendrás una oportunidad de que salga gente y te cueste menos dinero. Alguna vez patinarás, pero hay que tener vista para no equivocarse.