Aunque aún le quedan tres funciones de su ópera 1984, este concierto en el Auditorio Superior tuvo sabor a despedida. Adiós a un grande de la batuta, del que sólo al final nos hemos enterado de que también es un compositor, como poco, muy competente. No desmintieron esta opinión las tres obras propias que presentó en la segunda parte, aunque ninguna de ellas es probable que sea jamás considerada una obra mayor.

El árbol dadivoso y La maceta vacía enriquecen el magro repertorio de obras para orquesta con narrador, que tiene Pedro y el lobo de Prokofiev como su obra maestra absoluta. Los textos son también cuentos infantiles de la clase que Maazel confiesa haber leído mucho a sus hijos, con mensaje de carácter edificante como rasgo común. Las partituras se ajustan en todo momento a los respectivos argumentos con el juicioso sentido de la ilustración sonora que requiere como condición previa el dominio de la paleta orquestal.

Siendo ya molesto el recurso a la electrónica para amplificar la voz del narrador por cuanto en ocasiones quedaron tapadas intervenciones instrumentales solistas (por ejemplo, de Rafel Jezierski en El árbol), para el niño Salvador Belda resultó funesto por cuanto hubo que esperar a la vocalización conclusiva de La maceta para que, al apartarse del micrófono, pudiéramos realmente disfrutar de su hermoso timbre e impecable afinación.

La media docena de Minivariaciones sobre un tema conocido sirvió para que el maestro Maazel felicitara a Elizabeth Taylor en el día de su cumpleaños y cerrara el emotivo concierto de manera muy divertida. Lo había iniciado una Primera de Sibelius en general bastante correcta aunque con no pocos detalles de desempaste y desequilibrio en las intensidades no sólo achacables a la pésima acústica, más, especialmente en el movimiento lento, de desobediencia a las indicaciones sobre el tempo.