­Tan radical y vehemente como afectuoso, Jorge Ballester (Valencia, 1941) asegura que ya está viejo para callar. Hijo del escultor republicano Tonico Ballester y sobrino de Josep Renau, tan fiel al pitillo y los quevedos como a sus ideas, su voz fluye entre el pasado y el presente, como la muestra que inaugura el martes en la Universitat de València: Memòria i prospectiva.

¿Por qué volver a los focos, a mostrarse?

¿Focos? No, porque uno no busca clamores. Cumplí en enero 70 años y tengo obra desde hace 35 que nunca ha visto la luz. La exposición surgió en una conversación con gente de la Politécnica con la idea de hacerla en la Universidad Nacional de México, donde estudié. Aquello quedó en nada y la Universitat me propuso hacerla aquí. Sin la propuesta de México, igual no habría exposición, porque lo que me gusta es pintar, no ser pintor.

¿Por temor a exponerse?

No es por temor, es que entrar en los circuitos comerciales trae una serie de servidumbres que me molestan. Yo había decidido no ser pintor, pero pintar no lo puedo evitar.

¿Teme que comparen con lo anterior, con Equipo Realidad?

Me tiene sin cuidado. No en balde son 35 años de estar pintando lo que me da la gana, incluso fuera de los hábitos que han marcado el mercado y donde uno ha de tener su manera de pintar, eso que llaman el estilo, que como decía Joyce es el límite del artista. Yo he hecho cosas tan diferentes que incluso pensé en poner en la exposición «El que busque coherencia que abandone toda esperanza». Hoy en día cada artista tiene su iconografía propia y a mí no me da la gana. Me gustan todos los estilos y todos los momentos.

En la muestra mira al pasado. ¿Qué poso le queda de la experiencia del exilio mexicano?

El pasado está siempre presente. Y el poso que me queda del exilio es enorme, porque era el momento del paso de la infancia a la juventud y, como decía Max Aub, uno es de donde hace el bachillerato. Aunque a Aub se le olvidó que hay mucha gente que no puede hacer el bachillerato. Lo digo como prueba de mi radicalidad ideológica.

Radicalidad que reivindica, ¿no?

Es lo que me viene de mi pasado y mi herencia cultural. Se dice que un pintor no es más que un niño que siguió dibujando, pero yo no puedo evitar pensar a cuántos niños no se les dejó dibujar. Seamos claros, el que puede seguir dibujando es un niño de un determinado grupo social.

¿Estar cerca de Renau, García Márquez o Buñuel marca?

Lo de García Márquez fue la mera coincidencia de trabajar en una misma empresa editorial, comprar un décimo de lotería juntos, tomar el bocadillo juntos…, pero no he tenido una afinidad vital con él. Con Renau, sí. Su estudio suponía una tentación.

¿Pero esa proximidad marca el camino del artista?

Marcar es demasiado radical. Esa proximidad aporta mucho, pero hay otros elementos, como mi propio padre, escultor. Renau siempre me resultó muy atractivo, también por su posición en la cual vinculaba el problema del arte con el de la política. La pintura estaba cargada de ideología para él y yo pienso que la pintura tiene un componente social muy importante. Y no hablo de la de momentos revolucionarios, sino del sentido religioso de la del Renacimiento. Incluso al no tenerla, manifiesta una ideología.

De México pasó a California…

La diáspora fue más barroca, porque era mal estudiante de Arquitectura y me enviaron a Roma, la mejor Roma, la del desarrollismo y el neorrealismo. Cuando volví a México, mi padre ya estaba en Los Ángeles, pero me negaron el visado porque un primo, hijo mayor de Renau, vivía en Cuba. Al final mi padre me consiguió un contrato y logré el visado. Entonces le iba bien económicamente y mi madre y mi hermana compraron una casa en Valencia para el reencuentro familiar.

¿El regreso entonces a España fue más familiar que por nostalgia o ganas de luchar?

Ya tenía una ideología marcada y clara, pero no estaba metido, aunque cualquier pretexto era bueno para tu pequeña lucha. Enseguida empezaron los movimientos del mayo de París y contra la guerra de Vietnam.

¿Qué recuerdo guarda de los teóricos Aguilera Cerní y Tomás Llorens, que en ese momento dominaban en el arte local?

En principio era Aguilera el que mandaba y el recuerdo es muy grato. Con Tomás al principio también, pero su abocamiento hacia el Equipo Crónica fue como una bofetada a Equipo Realidad. Creo que en el fondo había un poco de miedo. Tengo poco que agradecer a Tomás, aunque ideológicamente en aquel momento pudiera estar más cerca de él que de Aguilera. El camino al final de Crónica y de Llorens me retorció un poco el estómago. Era entrar en el juego y, si entras, algo te estás dejando en el camino. Mirábamos desde muy abajo como Crónica se iba convirtiendo en una figura del establishment desde una postura de izquierda, mientras nosotros estábamos metidos en una cueva haciendo una pintura muy dura, ingrata y casi imposible de vender, pero que ha resistido muy bien el paso del tiempo, cosa que no ocurre con la mayoría de Crónica, que ha quedado como una crónica de una etapa de España.

Aquella noche de 1968 que metieron en el calabozo a usted, Cardells, Solbes y Valdés debió ser épica…

Divertida. Crónica había hecho un cartel sobre Ho Chi Minh y nosotros, uno sobre el Che. Hubo un soplo y llegaron hasta nosotros. Los Crónica estaban en una celda y nosotros, en la de al lado. Cantábamos y jugábamos a los chinos. A las tantas de la noche nos llevaron a los juzgados y resultó que el juez había sido alumno de mi padre. Por suerte, le había aprobado. Al final fuimos absueltos. Podía haber acabado así o con cuatro bofetones y la cama eléctrica. Así era el país.

Valdés es quien más ha triunfado de todo aquel grupo…

Es el que ha triunfado. Valdés tiene muy buen gusto y gran cultura pictórica y con todo esto ha sabido hacer un cocidito que produce una serie de objetos que parecen cuadros buenos. Tienen todos los ingredientes de obras de arte,pero si rascas un poco les falta haber metido la víscera en el tema. Lo que mete es sabiduría.

Incluye en la exposición alguna obra de la etapa final de Equipo Realidad.

Sí. Cuando Cardells lo deja, me quedo con el nombre y busco un compañero, el fotógrafo Enrique Carrazoni, para poder seguir llamándome equipo. Trabajamos juntos un par de años y esas obras sólo se han exhibido una vez en Barcelona y casi nadie las ha visto. Propuse arrancar desde ahí porque me gustaría que se vieran. Es una pintura dura, de los años de plomo, Montejurra, la matanza de Atocha… Esa sí que es una crónica de la realidad, con las mismas herramientas que había utilizado con Cardells, pero con un sentido casi periodístico.

¿Qué impresión le queda de la ruptura con Cardells?

Me quedé con un palmo de narices. Ya estaba casado, tenía dos hijas a las que echar de comer y el Equipo Realidad era la vía de lo que yo pensaba que era mi profesión. Me costó aceptar su marcha, pero la entendí.

Afortunadamente, por mis conocimientos de diseño gráfico y arquitectura pude buscarme la vida. En la última etapa incluso trabajé para Porcelanas Lladró en su departamento de comunicación, pero no me entendieron nada. Empecé a decepcionarme, aunque ya había decidido que no quería ser pintor, pese a que pintaba en los ratos libres. Ese es el principio de lo que se ve en la exposición. Ahí empiezo a ser el que soy ahora.

¿La democracia supuso el fin del compromiso en el arte y gente como usted pagó por ello?

A muchos les pareció que con la democracia ya habíamos llegado donde íbamos. Yo no pienso igual. Podemos votar entre dos o entre cinco, pero siempre entre límites. Si esta democracia burguesa es el paradigma de la libertad, yo pienso que es una mierda. Lo estamos viendo con la crisis y por eso hay tanto indignado.

¿Cómo mira el panorama artístico a los setenta años?

El mercado del arte es el que marca las directrices y el artista está desesperado por situarse, porque la mayoría se ha tragado el cuento del éxito. Cuando estuve de profesor, vi muchos alumnos interesados por el éxito y el brillo de parque temático de este mundo, pero no por el arte. O sea, estamos en el momento de una frivolización general, el posmodernismo, que llaman. El éxito es el peor veneno: cuanto más lo persigues, más fuera te quedas.

¿Visita los museos, como el IVAM, o los ve como cementerios?

Si son cementerios es que me encantan los cadáveres. ¡Quién pudiera tener un muerto como un De Chirico!

¿Sigue creyendo en la capacidad crítica del realismo?

Sigo creyendo en que el el realismo es una vía para alcanzar una capacidad crítica. No es una meta, sino un mecanismo, quizá el más apropiado para hacer una crítica, porqueme parece muy difícil hacerla con un expresionismo abstracto. Estoy por el realismo, sí.

El siglo se llevó el comunismo. ¿El vacío ha sido demasiado grande después?

Lo que se llevó el siglo fueron los partidos comunistas, no el comunismo. Renau decía que era comunista facción Renau, porque estaba hasta el gorro del partido tras vivir en la RDA, pero seguía siendo comunista. El siglo se llevó los países comunistas, que no lo eran tampoco, y los partidos. El de aquí se volvió sopa de agua. El liberalismo cantó victoria enseguida y mire cómo está ahora, aferrándose y será al final el muerto que anda. El sistema no funciona, hay que ver la plaza llena de indignados. La culpa de todo eso no es del comunismo, sino del liberalismo. ¿O será también culpa de Fidel Castro?