La consigna es que todo aquel organismo que ha gastado más de la cuenta tendrá menos en 2012 y Teatres de la Generalitat, el ente que dirige Inmaculada Gil-Lázaro, no será menos. Más aún, cuando arrastra una deuda de ocho millones de euros, según las propias cuentas de la Administración autonómica. Así que el presupuesto con el que contará el organismo no dará mucho de sí ya que se prevé un recorte de un 30% sobre los aproximadamente diez millones de euros que recibió en 2011.

Mucho se va a tener que apretar el cinturón un instituto que no sólo programa el Teatro Principal de Valencia o las salas Rialto y Talía, sino que, además, corre con el cargo de toda la política de ayudas a compañías y salas, tiene bajo su paraguas un importante número de festivales -desde Sagunto a Sueca-, más sus ramificaciones en Alicante, y gestiona toda una compañía de ballet que creó la propia Gil-Lázaro quien también asume su dirección artística y según diversos círculos necesita de más de un millón de euros al año para su funcionamiento. Tardará, por lo que se ve, ese proyecto que el PP anunciaba en su programa electoral de crear un nuevo espacio para la danza.

Según fuentes consultadas por este diario, el recorte alcanzará un 5% en el capítulo de personal, un 30% en el de las inversiones de programación y funcionamiento y un 40% el relativo a las ayudas a las compañías o los ayuntamientos adheridos al Circuit Teatral. Este 40% se suma a los recortes aplicados ya anteriores ejercicios y que ha supuesto que las ayudas a salas y compañías hayan quedado mutiladas hasta en un 70%.

Teatres ha venido acumulando su déficit a lo largo de los últimos seis años y según desvelaban las auditorias oficiales el organismo tiene suscritas varias pólizas de crédito que estarían en torno a los seis millones de euros. De momento, sólo devuelve intereses ya que no puede hacer frente a su capital. Asimismo, las deudas con compañías, agencias y ayuntamientos también es notable.

El déficit se fue agrandando con la puesta en escena de espectáculos como Balansiya, un capricho de la Generalitat que murió unos días después de su estreno, o la producción de Bienvenido, Mr. Marshall, otro ejemplo de gasto sin sentido en un espectáculo que aspiraba a conquistar la Gran Vía madrileña y conmocionar a la crítica y no salió de la calle de las Barcas.