­Inició su carrera profesional con la zarzuela. ¿Tiene una deuda personal con este género?.

Quizá una deuda emotiva, la profesional se salda de vez en cuando, porque no hago mucha zarzuela en los escenarios.

¿Le molesta que se trate a la zarzuela como género menor?

La definición de género chico está relacionada con la duración y el estilo, pero si alguien piensa que es menor es porque la desconoce. La zarzuela es como la ópera y posiblemente más difícil. No es fácil encontrar cantantes que sean capaces de cambiar su registro y sean convincentes tanto en el canto como en la parte dialogada. Por ser cercana y en castellano la pensamos más fácil, pero es una gran equivocación.

Sufre los estigmas de ser castiza, popular, conservadora… ¿Se pueden borrar?

Ha habido situaciones de crítica social en la zarzuela, lo que pasa es que no siempre el gusto del público y la intención intelectual del creador van de la mano. La zarzuela ha utilizado más una música de corte regional y folclórico que el gran desarrollo sinfónico. Los compositores de zarzuela han sido gente de grandes ideas, pero a veces no tan desarrolladas como el mundo de la ópera o sinfónico.

¿Cómo están las cuerdas vocales, al 100 %?

Estupendamente. No me permitiría subir al escenario para crear sensaciones de incertidumbre, porque tengo mucho respeto por este trabajo.

¿De la enfermedad se aprende? ¿«Humaniza»?

Ya soy bastante humano [ríe]. Lo que hace es enseñarte a priorizar. Mi profesión es muy importante para mí, pero hay más facetas. Si solo me valiera la profesional, sería bastante triste.

¿Se toma la profesión ahora con más calma?

Con la misma intensidad, pero los teatros y festivales tienen su programación desde hace mucho tiempo y estoy a la espera de que aparezcan nuevas propuestas.

Es un veterano en Les Arts. Tras ese arranque, ¿cómo ve su evolución?

Sigue siendo espectacular. El Palau de les Arts ha pasado de la nada a formar parte del espectro de teatros en los que se hace gran ópera. Eso ha tenido que ver con la creación de estructuras básicas para el crecimiento, como una magnífica orquesta, buenos directores y gente dispuesta a formar parte del proyecto.

¿La ausencia de Lorin Maazel se dejará notar?

Me gustaría que en Valencia se tuviera el hábito de asistir a la ópera independientemente de quién dirige o canta, porque si no, ganaríamos un público que solo aceptaría la sensación de circo constante. En ese sentido, una mayor normalidad en los elementos también es buena. Me parece que Valencia lo está aceptando con deportividad.

¿Le afecta la crisis o las estrellas están a salvo?

No solo es que afecte, es que tenemos que ser solidarios: no basta con buenos sentimientos, sino que hay que pagar los impuestos en nuestro país —yo lo he hecho siempre— y hacer que lo que ganamos esté acorde con las situaciones que se viven. Y hay que hacerlo, no solo decirlo.

Ahora que la cultura se recorta, ¿la ópera está en peligro?

Si no somos capaces de asumir que se trata de inversión y no de gasto, iremos directamente a lo marginal. Sería un gran error, porque la lírica tiene el mayor porcentaje de asistencia y el retorno es el triple de lo que se invierte. Con esas cuentas, la ópera debería seguir recibiendo atención.

En el fondo del debate está la pregunta de si puede subsistir la ópera sin ayuda pública…

Habría que intentar un modelo equilibrado entre el de EE UU, basado en la inversión privada, y el de Europa, que es inversión pública fundamentalmente. Eso se soluciona de manera fácil: creando una ley de mecenazgo eficaz, no lo que existe ahora, que es algo prácticamente sin importancia.

Si el Liceo se plantea cerrar unos meses, ¿qué puede pasar a otros teatros con menos historia?

Estaríamos abocados al cierre y todo lo que conlleva, claro.

¿Le molesta que los cantantes graben discos de estilos populares («crossover»)?

No. Lo que hay que dejar claro es qué se hace en cada momento. Si hacemos ópera, hacemos ópera, y si es un bolero, un bolero. Al final, todo depende del gusto del consumidor y si hay gente que es capaz de comprar y aceptar ese trabajo, es perfectamente lícito.

¿Gérard Mortier tenía algo de razón cuando dijo lo de la falta de estilo, la uniformidad, de los cantantes líricos españoles?

Mortier no dice nada sin intención. Creo que quería espolear la situación profesional y hacer que quien no se ha puesto las pilas se las ponga. Pero eso entra en conflicto con la necesidad de algunos de llevar su trabajo adelante. Mortier no se refería a Plácido ni a Kraus ni a la Caballé, sino a la gente que tiene la necesidad de crecer todavía. Todos tenemos que asumir esa necesidad, pero también él ha de asumir que lo que diga tiene sus consecuencias.