Cuan el fret mantenia hivernats els camps i semblava que tot moría, els nostres avantpassats encenien fogueres que, per magia simpática estimulava el sol esmorteït a pujar i continuar el seu camí sideral, per evitar que la foscor matasse la vida a la terra. La foguera cristianitzada de sant Antoni es filla d´aquests focs edetans». Con estas palabras, mi amigo Guillem Pasco me invita a los festejos que, en honor del santo del porquet, se llevaron a cabo en nuestro pueblo este fin de semana. Se trata de una tradición que alcanza a muchas poblaciones del territorio valenciano.

Esas palabras me han recordado un artículo de Vicente Aupí, publicado no hace mucho, en el que nos advertía de que, por estas fechas, el sol se adormila y tarda en levantarse, mientras que las tardes van ampliando sensiblemente su jurisdicción. Por eso estaba bien que nuestros antepasados, observando el absentismo solar, con todo lo que ello implica de perjuicio agrícola, encendieran hogueras tratando de espabilar al astro rey. Y espabilar, según el diccionario de la RAE, es, en sus acepciones cuarta y quinta: «Salir del sueño» y «sacudirse el sueño o la pereza».

El 17 de enero es la festividad que la Iglesia Católica dedica a san Antonio Abad, aunque en algunos lugares, al no ser fiesta de guardar, trasladan su celebración al fin de semana más próximo. El santo nació y murió en Egipto (251-356). Alcanzó los 105 años de edad, longevidad a la que debió contribuir el hecho de llevar una vida sana, fundador del movimiento ermitaño, y es que no hay nada como el campo o la montaña.

Una vieja leyenda le convirtió en el patrón de los animales. No sólo en Valencia, sino en muchas partes del mundo cuenta con numerosos seguidores del sector primario. Y es que algunos momentos de su vida revelan su relación con las criaturas irracionales, a los que defendió y atendió cuando estuvieron enfermos. Aquí tenemos la costumbre de la bendición de toda clase de animales, desde los dedicados a las tareas del campo —especie en riesgo de extinción— hasta las mascotas familiares.

En muchas de sus imágenes, el eremita aparece acompañado de un cerdito. No sé qué opinará sobre el tema mi amigo Alfons Llorens, experto en santos y demonios, pero el caso es que este personaje egipcio tiene una fama muy extendida, una fama de persona estupenda, que se preocupaba de los animales. Pero si hacemos caso a San Atanasio de Alejandría, obispo —y quizá su biógrafo oficial—, parece que tuvo más contacto con los demonios, a juzgar por la cantidad de capítulos que ocupa esa cuestión. Menos mal que ha nadie se le ocurrió hacerlo patrón de los seres satánicos.

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