Estaba Inmaculada Gil Lázaro vinculada a una academia de danza poco antes de ser tocada por la varita mágica del poder, y muy joven tuvo la suerte de acceder a un cargo público relacionado con su especialidad. Aunque no se le conocen coreografías o espectáculos propios, su entrada al frente del Centro Coreográfico de la Generalitat no debió ser porque su hermano-Ignacio Gil Lázaro-ya volaba por las esferas de la alta política de partido sino porque era una inmensa convencida de las perspectivas y el gran futuro que tenía la danza en y entre la sociedad valenciana. Era 1995. Allí sigue, aunque un escalón más alto, con rango de directora general de Teatres de la Generalitat. Para eso, antes tuvo que convencer al conseller de turno-Font de Mora en este caso-que su antecesor en el cargo no era la persona adecuada , además de un independiente que se llevaba bien con la profesión. "Teatreros", vamos.

Han pasado 17 años desde que consiguió su primer cargo y desde entonces tenemos compañía de ballet-coreógrafo y fotógrafo propio incluido, en su día también un Mercedes para el transporte personal-, el teatro va de mal en peor, ha desaparecido el Circuit Teatral, la profesión más condescendiente se ha cansado de luchar contra el muro del poder amenazado por la supresión de la migaja de la subvención, el entorno profesional ha sido arrinconado y los teatros públicos valencianos si algo hacen es la competencia a los privados.

Curioso resulta comprobar que el Ballet de Teatres se ha convertido también en un feudo personal. El despido, enmascarado en la no renovación de contrato, de nueve bailarines casualmente críticos con sus formas y métodos- los seis que "le apoyaron" han renovado- es muy sospechoso, aunque ella defienda que es un derecho que va con el cargo.

Yo creía que una institución pública no se parecía a una academia privada de baile. A esta alturas, parece que también.