Hay decenas de estudios tan elaborados como interesantes sobre la construcción de la cultura como causa o consecuencia del sistema económico establecido. Reduzcámoslo a una simple pregunta: ¿No va a ofrecer la crisis económica actual ningún movimiento musical como sí sucedió con el punk en los años setenta? De momento, sólo unos pocos osados han canalizado a través de la música o, mejor dicho, de cuatro canciones deshiladas, su malestar por la situación económica, por lo que consideran es una crisis orquestada provocada por banqueros especuladores que ha desembocado en hambrunas en proceso de expansión en las partes del mundo menos favorecidas. Y es que, en los últimos años (ampliable a las últimas dos décadas), la canción protesta ha salido de la escena mayoritaria y las letras se trivializan para alejarse de la política con el único objetivo de evitar etiquetas que puedan provocar que algunos seguidores secunden la calidad musical a la simple ideología.

En plena década de los setenta, una nueva ola de chicos se alimentaron de hostilidad callejera y crearon con semejante abono un nuevo género musical y social: el punk. Eran fundamentalmente personas pobres. Sus creadores encontraban en la rebelión y en la anarquía el antídoto perfecto contra la opresión de que eran objeto. El verdadero detonante fue la depresión económica, el aumento del desempleo y la enorme deserción escolar que prácticamente paralizó a la Inglaterra de los setenta. Semejante crisis afectó a la industria musical. The Sex Pistols, The Velvet Underground, The Stooges o The Clash… todas sus canciones fueron y son auténticas muestras de disconformidad social, de protesta, de denuncia. Música sujeta a convertirse en himnos de revolución. Tiene relación directa con la actualidad por la situación económica como raíz de la sublevación a través de la música. Sin embargo, la protesta en las letras cuenta con anteriores referencias, también en nuestro país. Vital en la Transición a la democracia para combatir la dictadura de Franco fue Al Vent del setabense Raimon. A pesar de cierta bonanza económica (sobre todo por los niveles de donde se procedía) los jóvenes empezaron a desear la liberación, el fin del yugo represor de la dictadura. La primera representación clara de esta rebeldía apareció con el renacimiento de los nacionalismos, en especial del catalán, representado en un nuevo movimiento que sería los orígenes de la canción protesta: el denominado «Nova cançó». Influenciada por la canción de autor francesa (con los Brel, Brassens o Ferré) y por el folk americano que representarían Bob Dylan como nadie (antes de enchufar su guitarra eléctrica) y también Joan Baez, la «Nova Cançó» no tardó en expandirse por el resto del territorio estatal y favoreció la aparición, por ejemplo de la Nueva Canción Castellana o la Canción del Pueblo, en Castilla. La lista de canciones subversivas se amplía hasta hacerse inabarcable en este reportaje. L’estaca de Lluis Llach, Libertad sin ira de Jarcha, Al alba de Luis Eduardo Aute, España, camisa blanca de Víctor Manuel… Ana Belén, Krahe, Cecilia, Sabina, Labordeta, el primer Serrat con su musicalización de Antonio Machado y Miguel Hernández… Desde la otra parte del charco llegaron los gritos musicales de Mercedes Sosa, Daniel Viglietti, los chilenos Víctor Jara y Violeta Parra o los cubanos Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Woody Guthrie escribió en su guitarra aquello de This machine kills fascists (Esta máquina mata fascistas) y la música empezó a dejar de estar a espaldas de la realidad política.

Sin embargo, en la década de los ochenta, los ciudadanos se acostumbraron a la democracia en España y los cantautores se modernizaron (adquiriendo estética y estilos musicales más rock) para ampliar su público. Paradigmático es que en valenciano lo más importante en los últimos años de los setenta y los ochenta fuera el desarrollo del rock mediterráneo llevado a cabo por Remigi Palmero, Julio Bustamante y Pep Laguarda, caracterizado por las temáticas costumbristas. La candela política se reservó para grupos de rock contundente y minoritario del estilo de Kortatu, Siniestro Total, Soziedad Alcoholika, El Último Ke Cierre, Barricada o La Polla Records. En los noventa, sin embargo, renació la canción protesta con el objetivo de remover nuevas conciencias de la mano de Ismael Serrano, Rosana, Pedro Guerra, el dúo Amaral o Manu Chao. Famosa se hizo, por representar ese giro, la canción de Ismael y Daniel Serrano Papá cuéntame otra vez…, con referencias a “Al Vent”, Mayo del 68, el Che Guevara o Vietnam. Independientemente del compromiso en sus vidas privadas, también sus músicas acabaron generalizándose con el paso de los años para buscar sus facetas más comerciales en detrimento de la protesta social contra las injusticias. A excepción, por supuesto, de Manu Chao, siempre en la trinchera al igual que otros como Calle 13, Fermín Muguruza, Che Sudaka o Molotov. Muchos nombres quedan en el tintero, por supuesto, pero parece que cada vez menos en cuanto a letras que pretenden cambiar las injusticias.

Incluso en la música hecha en valenciano se dice que se está consiguiendo ahora la madurez dada la existencia de grupos que han conseguido alejarse del contenido político en sus letras. Ha sido esencial para normalizar la música y hacerla más abarcable, además de que la calidad ha subido muchos enteros. A la ola de Manel, Els Amics de les Arts o Mishima, grupos como Arthur Caravan, Senior i el Cor Brutal, Òscar Briz o Autòmats se distancian ahora del rock de los noventa que lanzó a grupos valencianos como Obrint Pas, Skaparapid, Ki Sap o la Gossa Sorda. Mantienen el compromiso social y político en sus canciones otros como Pau Alabajos, Arrap, Andreu Valor, Kop, Ender, Cesk Freixas o Feliu Ventura.

Ahora, sólo grupos minoritarios abogan por utilizar la música para canalizar su descontento. La cultura musical española (y por extensión también la mundial) de las últimas décadas ha labrado la posición de la no intervención política como discurso dogmático. La desunión ha sido tan grande que, ante la afluencia del 15M, muchos se preguntaron dónde estaban los músicos y sus creaciones, qué tenían que apuntar al respecto y porqué seguían inmóviles en sus casas y no en las calles. Se dice que los integrantes de Amaral participaron activamente en las manifestaciones del 15M en Sol. Fueron la imagen conocida pero en su música, ni pizca. Como tantas veces, el único que quiso dar un paso adelante fue Nacho Vegas con su excelente Cómo hacer crac. En el olvido quedaron canciones como Taxman de The Beatles, Money for nothing de Dire Straits, Lost in the supermarket de The Clash o Money de Pink Floyd. Muchos grupos tienen miedo a protestar en cualquier sentido por si pierden la mitad del pastel, dejan de gustar a personas que no opinan como ellos, inutilizando a la música como elemento de transformación social. Muchos recuerdan el revuelo que se levantó en las redes sociales cuando Lourdes Hernández (Russian Red) dijo aquello de que, si había que elegir, se sentía un poco más de derechas.

Nacho Vegas se unió a la Fundación Robo, nacida de las tripas del rock estatal, junto a otros cantantes como Roberto Herreros (Grande-Marlaska, Ladinamo). «Espoleados por la reciente agitación política, la plataforma Robo intenta crear un espacio para escribir otro tipo de letras, esas que consisten en abrir la ventana y echar un vistazo a lo que ocurre fuera (…). Con esta crisis, la misma de cada veinte años, muchas personas han hecho crac por dentro. Es hora de poner en común la frustración y convertirla en energía política. Tener a mano unas rimas contundentes puede resultarnos útil. Existen formas y formas de hacer crac. Mejor juntos en la calle que seguir solos en casa insultando a la pantalla del telediario». La iniciativa, de momento, sigue siendo minoritaria, relegada a cuatro comprometidos de la música independiente. Ni rastro de aquellos que se vanaglorian de mover a masas pero ¿en qué dirección? ¿Cuántos oídos ha de tener un hombre para que pueda oír a la gente gritar?, cantó Dylan. Seguro que toda esa gente preferiría cantar pero la mayoría se ve obligada a rememorar viejas canciones. Con ello, sólo quedan microcanciones para un país, para un mundo, que camina al abismo sin remisión. Sólo al antojo de la dictadura de los mercados.