"Yo, el heredero"

Teatro Principal (valencia)

De Eduardo De Filippo. Traducción: Juan C. Plaza-Asperilla. Int: Ernesto Alterio, José Manuel Seda, Yoima Valdés, Mikele Urroz, Concha Cuetos, Rebeca Matellán. Iluminación: Juan Gómez-Cornejo. Vestuario: Ana Rodrigo. Escenografía: Andrea d'Odorico. Dirección: Fracesco Saponaro.

El napolitano Eduardo de Filippo escapa a las clasificaciones. Hacía de todo, como Chaplin. Actor, director, empresario, profundamente hombre de teatro, influido por Pirandello, pero más atento a la vida cotidiana, desde la tradición de la Commedia dell' Arte. Hasta se permitía el lujo, el que otorga un oficio aprendido desde pequeño, de escribir papeles para sí mismo. Es el caso de Ludovico, el protagonista de esta obra que De Filippo escribió en napolitano en 1941, y que renació, en italiano, en 1968.

Toda la acción de esta pieza, repleta de un preciso y precioso sentido para el diálogo y de un fino velo entre drama y comedia, gira alrededor de este personaje que se muestra como una especie de Polichinela moderno, esa máscara que simboliza el alma de un pueblo cansado de los abusos de las clases privilegiadas. La obra se podría haber titulado Yo. Eduardo de Filippo, porque el personaje casa con las ideas del propio autor, preocupado por las gentes humildes. Así, Ludovico, además de mucha carne de escenario, es también un espejo cóncavo para desenmascarar a la caridad mal entendida.

Es a partir de su presencia lo que produce una obra entre costumbrista y vanguardista, porque a los demás personajes les ocurre como a los de El ángel exterminador (Buñuel), no pueden escapar ante esa realidad que va desmontado este maestro del chantaje.

Un sobresaliente material escénico con el que el director italiano Francesco Saponaro ha sabido jugar y marcar el ritmo preciso, con elegancia y pulcritud en los detalles. Todo es armónico en este placentero montaje, como lo es la bella y eficaz escenografía de D'Odorico, y un elenco que, salvo alguna que otra opulencia de recursos estereotipados, se mantiene en una agradecida corrección, que se convierte en algo más en la presencia de Concha Cuetos (Dorotea). También Rebeca Maellán (Bea) me llamó la atención. Y si se necesitaba un gran actor para interpretar al señalado Ludovico, Ernesto Alterio lo es. Y lo demuestra. Sólo una pega: acude en demasía a la técnica (buena, por cierto), por lo que no puedo remediar que aparezca la nostalgia de aquella humanidad de los actores del neorrealismo de posguerra.