No acabo de ver claro que el ámbito de la libertad incluya la de robar. Si paso por Auckland y me apetece llevarme una obra de arte o un coche de lujo de los que Kim Schmitz atesora en su estrepitosa mansión, quedaré con las ganas salvo que no me importe acabar en un presidio neozelandés. Pero si bajo, sin pagar un euro, cualquiera de los productos ofertados en su portal Megaupload, no me pasa nada. Esos productos no están ahí porque el señor Schmitz haya contratado su explotación comercial en la red, sino porque los ha robado y me invita a hacer lo propio. ¿Pueden los legítimos propietarios proceder judicialmente contra miles o millones de cacos de segundo grado? Imposible no es, pero sí carìsimo. Lo que sì pueden es perseguirr al intermediario y mandarlo a la trena, que es donde ahora está en situación incondicional sin fianza.

En su alegato, los consumidores ilegítimos no defienden a cara de perro el derecho a la gratuidad -indefendible en cualquier legislación contra la voluntad de los propietarios- sino una curiosa libertad asimilable a la hipótesis de entrar en un comercio de librería o de música y llevarse cuanto apetezca sin pasar por caja, o irrumpir por las buenas en un sala de ópera o de cine omitiendo el tramite de taquilla. O sea, robando. En otros casos dicen defender la cultura e invocan su santo nombre como conjuro contra el condicionamiento del precio. Poco duraría la cultura si todos los derechos fueran del consumidor y ninguno del creador o el productor...

Esta triste manipulación de la libertad y la cultura aprovecha el impacto proliferante de la red para estimular la cobardía política y legislar impunemente. Si este periódico quiere dar gratis su edición web, como es el caso, le asiste todo el derecho a hacerlo. Pero si opta por el precio y un individuo como Schmitz encuentra y generaliza la manera de eludirlo, este periódico se convierte en víctima de un robo, con incuestionable derecho a perseguir al delincuente. El ejemplo es de general aplicación.

La interesada retórica de algunos adeptos al "gratis total" deberia aproximarse con otro respeto a los conceptos de libertad y cultura. El problema está menos en la presunta ambigüedad de las figuras penal y mercantil adecuadas, que en el pánico a la inmensidad multiplicadora, el incontrolable rebote y el maléfico anonimato de las respuestas en red. Es un miedo humano y comprensible a la vertiente funesta del fenómeno de la red, en sí mismo incalculalemente valioso y, además, irreversible. Tal vez demasiado nuevo y demasiado tsunami para improvisar una regulaciòn razonable, pero, digan lo que quieran, la prision y segura extradiciòn de Kim Schmitz es un paso adelante.