Bichos raros, el relato de Javier Sarti, se lee de una sentada. El texto es lo suficientemente corto como para que sepa a poco. Y esto es de agradecer, y mucho, en unos tiempos en los que se valora en exceso el número de páginas por encima de cualquier otra apreciación.

La tan reiterada afirmación de Baltasar Gracián parece no tener sitio en buena parte del negocio editorial de nuestros días, donde un libro gordo justifica un precio mayor y, por tanto, merece una generosa promoción que es la que, en esta sociedad de consumo, hará que se conozca título y autor, y posibilitará que el producto tenga buena acogida en el mercado. Ahora se consigue lo que podríamos denominar «efecto anti-Gracián», algo así como «lo malo, si largo, dos veces malo». Pero es una maldad enriquecedora (en euros o en dólares), porque, en ocasiones, ocupa excelentes puestos en el panel de los libros más vendidos.

Sarti, en su última historia, ha conseguido que la brevedad multiplique por dos las bondades de su trabajo. Para ello ha contado con la complicidad de un editor —que no está en Madrid o Barcelona, sino en la murciana Cieza—, Fernando Fernández Villa, quien carece de la obsesión por fabricar best-sellers: más bien se interesa por las «obras que transmiten valores nobles como la solidaridad, la igualdad y la paz», tres elementos para un magnífico proyecto que Sarti ha sabido expresar en su libro.

El nombre de la editorial, Alfaqueque, es palabra que hace referencia a quien libera esclavos o cautivos de guerra; una segunda acepción la identifica con el aldeano o burgués que servía de correo. Tanto en un caso como en el otro lo evidente es que los libros nos liberan, prisioneros de tantas miserias, y los editores nos facilitan los mensajes literarios.

La narración de Bichos raros, además de breve, es de una sencillez admirable, tanto en su estructura como en su lenguaje. Dirigida al lector infantil, de diez años de edad en adelante, interesa también a los adultos que se acercan a sus páginas. Que los animales hablen en los cuentos viene de lejos. Es una larga tradición literaria, tan magistralmente cultivada por Tomás Iriarte y Félix María de Samaniego, los paradigmáticos escritores de fábulas del siglo XVIII.

El autor publicó hace cinco años Blanca y Viernes (Anaya), relato dirigido también al lector infantil. No debió quedar arrepentido de la aventura; todo lo contrario, pues ha vuelto en busca de los escolares que se están iniciando en la lectura. Aquí sus protagonistas son (por orden de aparición) una lechuza, un gorrión y un gato, que forman un estupendo equipo capaz de conseguir lo que parece imposible: la utopía sobrevuela el ambiente.

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