Zhengyu Chen

palau de la música (valencia)

Zhengyu Chen (piano). Obras de Prokofiev, Chopin, Debussy, Brahms y Liszt. Sociedad Filarmónica de Valencia. 12 de marzo.

Aliada con lo apretado de las agendas, la casualidad ha querido que en pocas semanas la Filarmónica haya cumplido su compromiso con el Premio Iturbi en las personas de los ganadores de las ediciones de, por ese orden, 2010 y 2008. La buena noticia es que en ambos casos nos hemos encontrado con pianistas todavía jóvenes y ya perfectamente competentes para desarrollar importantes carreras profesionales.

El chino Zhengyu Chen (Qingdao, 1984) preparó un programa no muy largo, pero sí con una densidad de notas que podría aspirar al récord Guinness. Naturalmente, lo de veras importante fue que todas se pulsaron a tiempo, con la fuerza adecuada y con una musicalidad casi inapelable.

La Séptima sonata de Prokofiev, cuyo primer movimiento incluyó una repetición no prevista al menos en la edición de la International Music Company, impresionó más por la tensión del fraseo que por la velocidad de las digitaciones, con ser ésta considerable. En la Polonesa op. 44 de Chopin llamaron sobre todo la atención las dos transiciones: primero a la mazurca, tan bien medida en su reducción de las dinámicas, y la que le sigue, más clara aún que abrupta. Con cálculo igualmente inspirado se construyó la ascensión constante pero respetuosa con la disposición formal que llevó al último, radiante clímax de La isla alegre de Debussy.

En la Segunda sonata de Brahms, tan extraña en su talante, se optó por el arrebato extremo, que convirtió en aquelarre incluso el Scherzo y su Trío. El juego con el rubato y las agógicas que en el desarrollo del Allegro inicial dejó respirar las citas del primer tema no fue la menor de las lecciones que se pudieron aprender en este recital. Por contra, en el Andante sobraron la aceleración percibida en el pasaje indicado Molto pesante y los tonos chillones de la mano derecha en la tercera variación. Siguió una Rapsodia española de Liszt en la que el virtuosismo se vio trascendido por el respeto a la rítmica de las dos danzas, folías y jota, imbricadas.

Un delicado aire del país natal del intérprete prolongó el deleite.