Igor Yebra pertenece a esa suerte de generación de oro de la danza española de la que también forman parte Tamara Rojo o Lucía Lacarra. Su carrera está repleta de premios y representaciones excepcionales, como la de 2004 en el Palacio de Congresos del Kremlin, cuando se convirtió en el primer bailarín no ruso en interpretar Ivan el Terrible. Es el bailarín estrella de la Ópera Nacional de Burdeos y ha actuado con las compañías de más prestigio del mundo. Entre el 30 de julio y el 3 de agosto, ofrecerá un curso de verano de perfeccionamiento de danza en el Auditori Teulada Moraira. El curso está también patrocinado por el colegio internacional Lope de Vega de Benidorm, que cuenta con un escuela de danza.

Acostumbrado a actuar en los mejores escenarios del mundo y con una agenda apretadísima, ¿cómo le han convencido para que ofrezca este curso en Teulada?

En primer lugar, quiero dar las gracias a la Fundación del Auditori Teulada Moraira. Desde que me hablaron de su proyecto me pareció maravilloso. Es una apuesta por la cultura y la danza, pero va más allá. Quieren cambiar el concepto de turismo, ofrecer algo más y ese algo más es cultura y conocimiento. Es un proyecto de futuro y sería estupendo que arraigara y que rompiéramos ese esquema turístico de sol, playa y paella. A mi me han convencido y he hecho un hueco donde no lo había.

Sí, porque su carrera se mueve a un ritmo vertiginoso.

La verdad es que sí. He estado tres semanas actuando en Hong Kong y ahora inauguraré el Festival Internacional de Música y Danza de Granada con un programa de homenaje al gran coreógrafo Roland Petit. Luego vuelvo a Burdeos, impartiré en Madrid una master class y también tengo una semana de cursos en mi escuela. Será a continuación cuando esté en Teulada para ese proyecto que tanta ilusión me hace. Después actuo en el festival de San Sebastián y me marcho a Venezuela para seguir trabajando.

En 2006 puso en marcha en Bilbao su Escuela de Danza y Coreografía. Los grandes bailarines se sienten muy comprometidos con la enseñanza. ¿No es así?

Yo no empecé a bailar desde muy niño. Fue a los 13 años, un poco tarde. Jugaba al fútbol y quería llegar al Athletic de Bilbao. Pero vi un espectáculo de danza y me marcó. Me tuve que ir a Madrid (a la escuela de Víctor Ullate). Al abrir la escuela buscaba que los niños que sintieran el mismo flechazo que yo no tuvieran que marcharse de su tierra. Abrir la escuela es la decisión de la que más orgulloso me siento en mi vida. Y ya da sus frutos. Niñas que empezaron con nosotros están ahora en el ballet de San Francisco, la escuela Bolshoi de Moscú o el Real Conservatorio de Danza de Madrid. Creo que los bailarines tenemos la obligación de dar todo lo que hemos recibido del público y la gente. Y eso se consigue a través de la enseñanza.

¿En qué proyecto especial está trabajando?

Pues en uno que ya está aquí y que es la apertura el próximo día 23 del festival de Granada. Presento un programa íntegro del gran coreógrafo Roland Petit. Es también especial porque se cumplen 50 años de que Petit estuvo en este mismo festival. Pero también me hace mucha ilusión actuar en Uruguay a donde acudo invitado por el gran Julio Bocca.

¿Cómo valora la situación actual del ballet en España?

Hay una cosa positiva, ya que ahora que sólo se habla de crisis a nosotros no nos afecta tanto porque siempre, a nivel de medios, hemos vivido en la precariedad. Pero no me gustan los mensajes negativos. Debemos valorar los increíbles avances que se han producido en el ballet clásico en España en los últimos 30 ó 40 años. Los teatros ahora se llenan cuando hay un gran espectáculo de ballet. Nadie nos va a discutir que aún somos la cenicienta de las artes. Pero sólo hay que fijarse en el éxito de nuestros bailarines a nivel mundial para mantener el optimismo.

Pero resulta paradójico que para lograr el reconocimiento en casa se tenga primero que triunfar fuera.

No lo es tanto. Insisto en la evolución increíble del ballet en España. Hasta 1975 todo se reducía a la danza española y el flamenco. Los prejuicios eran fortísimos: el ballet contemporáneo se consideraba de pervertidos psíquicos y el clásico, de pervertidos sexuales. En las últimas décadas, hemos avanzado muchísimo. No podemos pasar por alto que las grandes compañías de ballet clásico están fuera. Es ahí donde te tienes que hacer un nombre. Pero sí creo que el nuevo rumbo de la Compañía Nacional de Danza es acertado y, cuando pase la crisis, se podrá consolidar mucho más. Se están dando pasos para que un bailarín completo pueda labrarse aquí un nombre.

¿Tendrá continuidad el curso que de aquí a poco impartirá en el Auditori Teulada Moraira?

Esa es la idea. Lo más difícil era dar el primer paso. Incluso barajamos hacer al mismo tiempo un espectáculo, pero, a día de hoy, los recortes afectan primero a la cultura. No podemos pedir milagros. Pero sí, el objetivo es que el proyecto siga adelante en los próximos años conmigo o sin mi. Es importante que se asiente y sea solvente por sí mismo. Este año se dirige, sobre todo, a los alumnos de las academias de la Comunitat Valenciana, pero es para bailarines de toda España y Europa. El Auditori Teulada Moraira está apostando por un turismo basado en el conocimiento. Es importante que cuaje esta escuela de verano. El lugar es privilegiado y los alumnos podrán compaginar vacaciones y formación académica.

Entonces, ¿no podemos descartar verlo pronto actuar sobre el escenario de este auditorio?

Desde luego que no. Me han hablado mucho del auditorio y de que su escenario puede acoger espectáculos de todo tipo y, en este caso, montajes de danza. Sería bonito actuar allí.