¿Por qué Valencia no ha desarrollado un nacionalismo robusto? La conocida tesis de Joan Fuster era de matriz socioeconómica: Por ser agrario, no industrializado y carecer de burguesía, al territorio valenciano le faltaban las bases sociales necesarias para alumbrar un movimiento nacionalista. Esa "anomalía" histórica, larvada en el siglo XIX y extendida al siglo XX, habría impedido un movimiento similar al catalanismo, según el pensador de Sueca. Pero ahora, el historiador y discípulo fusteriano Ferran Archilés, profesor de Historia Contemporánea en la Universitat de València, enmienda al maestro y rediagnostica la verdadera causa de muerte del nacionalismo valenciano.

En su nuevo libro Una singularitat amarga. Joan Fuster i el relat de la identitat valenciana (Editorial Afers), Archilés defiende que "el País Valencià no carece de nacionalismo por su falta de modernidad como defendía Fuster, sino porque, dentro de una estructura económica y social que no podemos calificar como arcaica, ha triunfado un modelo que es la combinación de regionalismo valenciano y nacionalismo español".

Archilés busca la superación del paradigma de la identidad valenciana entendida como una anomalía. Primero, aporta la corrección histórica que ya apuntó Ernest Lluch en La via valenciana: "El País Valencià no es sólo un país agrario en los siglos XIX y XX. E incluso cuando sólo era un país agrario, en el siglo XIX, la estructura agraria valenciana era peculiar por basarse en la actividad exportadora de la naranja. Por tanto, Fuster se equivocaba: sí que existían burguesías agrarias".

¿Entonces, cuál es la causa? Porque Archilés comparte la conclusión de Fuster: "Que no ha habido nacionalismo es evidente, y que el País Valencià ha mantenido una identificación plena con la identidad nacional española está a la vista". Pero la razón, esgrime, hay que buscarla en otros campos. "Si el pueblo valenciano se ha comportado nacionalmente en un sentido muy español es porque ha construido una identidad regional plenamente identificable con la identidad española, que es la que hace que cualquier postura nacionalista quede bloqueada", concluye.

El "éxito" de esta poderosa identidad regional ha engullido el espacio donde podía surgir el nacionalismo, advierte Archilés. En este completo y matizado estudio de 430 páginas -síntesis de una tesis doctoral en la que ha trabajado más de diez años- Archilés lamenta los "efectos aniquiladores de esta identidad regional". Vivimos instalados, alerta, en la hegemonía de "una identidad que enfatiza mucho ciertos aspectos [como los folclóricos] y, en cambio, niega otros como la voluntad política de autogobierno, o reduce la lengua al ámbito folclórico".

Los ultraortodoxos de la Iglesia fusteriana pueden respirar tranquilos. En este libro no se mata al padre. Se corrige -por ejemplo, en su "esencialismo lingüístico"- y se aumenta, pero no se mata. "De Fuster -dice Archilés- sigue teniendo vigencia la crítica al nacionalismo español; la crítica al provincianismo y al provincialismo, es decir, a la identidad regional; y la defensa de la lengua". Además, Archilés asegura que "es una estupidez pensar que Fuster tenía pulsiones antivalencianas y era el enemigo de la identidad valenciana, como ha intentado hacer la derecha valenciana, que es la heredera del peor regionalismo posible".