Quizá usted se lo encuentre un día de estos en un bar de Valencia -el sábado pasado, por ejemplo, en el Café de Nit- con su guitarra y su grupo, Jackie's Band, y piense que es uno de esos veteranos tan amantes de la música que no les importa que les cueste dinero. Es verdad que a sus 56 años David W. Phillips lleva toda la vida en la música, desde el instituto en una ciudad cercana a Boston (EE UU), cuando tocaba la batería -"por vago; me parecía más fácil"-, pero también es verdad que, antes de llegar a Valencia, la vida le llevó por algunos de los mejores clubes de Florida y California como disc-jockey y lo colocó al lado de gigantes que han vendido millones de discos -cuando los discos aún tenían surcos y se vendían-, como Barry White y los Village People. Del primero fue ingeniero de sonido de giras entre 1987 y 1991. Del grupo icono del movimiento gay fue productor de las canciones para una película "horrible" que un productor forrado se empeñó en perpetrar.

Su casa en Valencia -un soleado apartamento cuidadamente decorado en el centro histórico- exhibe retazos de ese pasado: alguna foto con White, su colección de más de 10.000 discos y un estudio en el que realiza sus producciones propias, con las que sueña con rozar el éxito otra vez, ahora en primera persona, no a la sombra de estrellas. Incluso se ha planteado presentar alguna canción para Eurovisión, deja caer.

"¿Barry White? Un genio. Lo hacía todo de oído, sin partitura, pero tenía en la cabeza todo lo que quería de la orquesta. A veces el director no confiaba en lo que él decía, pero al final funcionaba. Como persona era muy cariñoso: de los que te abrazan al reconocerte en una sala llena y te miran a los ojos al hablar", explica en un español solo con lígero acento norteamericano.

Phillips recuerda con admiración el complejo en el que vivía el cantante. Cuatro casas en torno a un jardín, donde residía con su mujer (una), los niños (otra), ensayaba con su banda (otra) y grababa sus discos (otra).

Su entrada con Barry White fue a lo grande: una gira por Inglaterra, en la que el primer concierto era en el estadio de Wembley. Era su primera salida de EE UU -"no tenía ni pasaporte"- y estaba más que asustado ante una mesa doble de mezclas con 40 pistas en cada una. Todo funcionó y al lado del cantante soul recorrió las grandes ciudades.

Los genios no son perfectos y cree que White se equivocó en su empeño por ser su propio productor. "Hubiera podido enganchar a la gente joven con alguno de los productores que le ofrecieron, porque su voz, tan grave, no la tenía nadie".

Pero Phillips no llegó hasta White de la nada. Antes había sido DJ en grandes discotecas y hoteles de Florida y de allí había saltado en los 80 a California, donde puso música en el mítico Studio One de Los Ángeles o en el selecto Nipper's, de Beverly Hills, ese local donde uno se podía encontrar una noche a Madonna o Prince y que dicen que tenía la lista de champagne más larga del mundo -sólo ofrecía eso y caviar-. Con esa base había mezclado varios volúmenes de música para aerobic (Music for a hot body), había empezado a grabar con músicos y hacía tiempo que era uno de los informadores para la famosa lista de éxitos Billboard. Y así llegaron las oportunidades de Village People y Barry White.

Un giro en los 90

Pero a principios de los 90 decidió empezar otra etapa y hacerlo al otro lado del Atlántico: en Valencia. Se estableció en 1993 en la ciudad, pero antes ya había hecho algún viaje y había hecho contactos -le habían ofrecido montar su estudio en las instalaciones de Radio l'Horta en los años potentes de la ruta del bakalao y la emisora-, así que cuando un pintor valenciano al que había conocido en Florida y con el que había trabajado también en Los Ángeles le dijo que se mudaba a España él hizo también las maletas y se lanzó a la aventura.

Aquí trabajó con algunos de los DJ más famosos cuando la música maquinera hacía furor y el gusanillo de la música disco y soul lo mataba de vez en cuando pinchando en Bounty. Allí se presentó un día un empresario inglés con la oferta de ser jefe de sonido. iluminación y cabina en una discoteca que iba a abrir: Gurú. Estuvo seis años, que recuerda como un sueño hecho realidad: "Estar al frente de una discoteca fantástica y en Valencia, fue como algo divino, el trabajo pensado para mí".

El proyecto acabó, pero David Phillips no mira hacía atrás con desencanto. "Cada etapa es distinta, yo nunca he planeado nada en mi vida, las cosas me han venido sin buscarlas", afirma. No se arrepiente de ningún paso, aunque echa de menos a su familia y los contactos que tenía en EE UU, pero "la calidad de vida compensa y voy dos veces al año".

Ahora, desde que en 2007 compró una Gibson -y ya tiene unas quince en casa- se ha empeñado en dominar la guitarra. A ello dedica mucho tiempo y en 2010 abrió también un bar de ambiente, aunque no excluyente, dice, sino pensado para todo el mundo (Dakota), que aspira a que sea conocido por su buena música. Mientras, y cuando está a punto de cruzar el charco para visitar a la familia en Boston, acaba de recibir la nacionalidad española.