Aprovechando la fiebre americana de principios del siglo pasado por el patrimonio español, el anticuario zamorano Ignacio Martínez emprendió un gran proyecto que le llevaría once años de su vida. Intermediario de bienes de arte de segunda fila, Martínez optó por crear su propia reproducción de un claustro románico que montaría en una finca privada del barrio madrileño de Ciudad Lineal para comercializarlo.

Diseñado por un arquitecto experto en arte medieval y fabricado por experimentados canteros, el anticuario tomaría fotografías de aquella imitación para venderla por unos cinco millones de pesetas. La empresa duró, quizá, más de lo previsto. Las obras se iniciaron en 1931 y finalizaron en torno a 1942. Para entonces la Guerra Civil y la II Guerra Mundial empañaron la "interesante" operación.

Martínez marchó a Barcelona y la galería dormiría una larga siesta hasta los años cincuenta, cuando fue adquirida por un millonario alemán, que la trasladó a la finca privada de Mas del Vent, en Palamós. Hace semanas, el historiador Gerardo Boto reclamaba atención para el supuesto claustro románico que para el doctor en arquitectura José Miguel Merino de Cáceres es "solo una reproducción". Tampoco "una copia", porque "plagiaron el estilo, no la obra".

Es así como, en principio, se resuelve la apasionante singladura de un claustro que no llegó a cruzar el Atlántico como sí lo hicieron las piezas de los monasterios de Sacramenia y Fuentidueña (Segovia) o Santa María de Ovila (Guadalajara). Operaciones con destino al magnate de la prensa americana William Randolph Hearst en las que fue colaborador necesario el dibujante Arthur Byne. El propio Martínez fue testaferro de Byne en varias operaciones. Ambos colaborarían de nuevo en la venta de un nuevo claustro, pero la repentina muerte del ilustrador americano fue otra piedra en el camino.

El experto en arquitectura medieval Merino de Cáceres seguía la pista de Byne junto a su colaboradora María José Martínez en un trabajo de documentación para un libro sobre venta y expolio de arte español que saldrá a la luz en septiembre. Fue entonces cuando aparecieron multitud de imágenes sobre "un claustro en medio de la nada" dentro del archivo Moreno que custodia el Ministerio de Cultura. "Tenía un aspecto acartonado, un tanto sospechoso", refleja el arquitecto. En otra foto aparecía un "hombre rico, opulento" junto a la galería. Era Ignacio Martínez, "orgulloso" de su obra. Los investigadores intentaron documentar el origen del extraño conjunto. "Nadie hablaba de él y pensamos que era una imitación", apunta Merino de Cáceres. Pasaron las semanas y el claustro se convertía en objeto de los medios de comunicación. No estaba ya en el barrio de Ciudad Lineal, sino en una finca privada de Palamós, junto a una piscina.

Expertos en arte de todo el país hacían quinielas sobre su origen. Por el estilo, la mayoría lo situaba en el entorno de Burgos, Segovia y Palencia. La factura de los capiteles, que recordaba la escuela de Silos, era la clave. Pero sobre el origen, ni una certeza.

Fue así como Merino de Cáceres y María José Martínez retomaron la investigación y ahora concluyen que es "una reproducción". El arquitecto de la Politécnica de Madrid no ha visto el claustro al natural. "Llego a unas conclusiones después de unos razonamientos, aunque puedo estar equivocado".

¿Cuáles son esas claves? Las medidas de la galería, el deterioro de la labra con respecto a las fotografías de los años treinta, el confuso programa iconográfico y el procedimiento del anticuario Martínez llevan a los investigadores a consolidar su postura.

A Merino de Cáceres le llamó la atención el aspecto de los sillares en las fotografías de Moreno. "El claustro estaba nuevecito, no tenía pátina y muestra las marcas de un cepillo de cerdas de acero para envejecer la piedra y, además, carece de restos de labra, no tiene la huella del hacha ni del trinchante", explica. Sin embargo, la notable estética del conjunto cambia de manera radical en las fotografías actuales de Palamós. Está desgastado, deteriorado.

"¿Cómo es posible que sufra un deterioro mayor en 80 años que en los supuestos 800 que tendría de ser medieval?". Los ejecutores de la nueva construcción obviaron la aplicación de la pátina de protección que se aplicaba en la Edad Media para evitar el castigo de la humedad y el paso del tiempo.

El doctor en Arquitectura sitúa el origen de la piedra en la cantera salmantina de Villamayor, abierta todavía en los 30 y con muy buenos canteros. Así. Martínez encargó el claustro a un arquitecto que mandó fabricarlo en Salamanca piedra a piedra. Desde allí, fue trasladado a Madrid.