La Grecia clásica, y más concretamente Atenas, vio nacer una doctrina política que iba a cambiar el curso de la humanidad: la democracia. En ese país mediterráneo surgió también el dórico, un orden arquitectónico basado en la sobriedad, el equilibrio y la simetría. A esa arquitectura, al lugar donde creció y a los principios democráticos es a lo que rinde homenaje el artista Sean Scully (Dublín, 1945) con Doric, la exposición que inauguró ayer en el Institut Valencià d’Art Modern (IVAM).

La muestra, que permanecerá abierta hasta el 28 de octubre, y configurada por 43 piezas, se centra en torno a nueve pinturas que buscan hacer eco al estilo que lleva su nombre. En la serie, creada a partir de 2008, predominan colores oscuros, formas geométricas basadas en líneas, bandas y bloques, que superpuestas, simulan la abstracción. Con su obra, Scully persigue el orden y quiere «unificar el mundo», según explicó él mismo. Al contemplarla puede descubrirse que «la simplicidad es la mayor sofisticación», como afirmó la directora del IVAM, Consuelo Císcar, parafraseando a Da Vinci.

La cabeza. En ese preciso lugar es donde Scully pinta sus obras. Una parte del cuerpo en la que «cada persona lleva un país, el más importante del mundo». De eso está convencido el artista. Ahí es «donde podemos imaginar un futuro y un pasado posibles, cambiar las cosas en la vida o construir una realidad nueva», añadió.

El IVAM acoge también trabajos sobre papel y madera realizados entre 2008 y 2012 y una serie de los años ochenta inspirada en una estancia en la isla griega de Simi. En estas obras predominan los colores mediterráneos y la luz.

El creador de Doric expresó su indentificación con Matisse a causa del interés de «ambos por la posibilidad de un mundo ideal y la confrontación entre el espiritualismo y la realidad». Pero el trabajo de Scully refleja también la influencia de pintores como Mondrain, Paul Klee o Kandinsky.

El artista contó que pretende aunar «arquitectura, estructura, espacio o clima emocional». Necesitó ampliar la superficie del cuadro para que sus figuras «tomen el volumen que merece un tributo al dórico», explicó Císcar.

Para el pintor, vivimos en «un mundo sin dinero pero fantástico, y somos muy afortunados». Todo aquel que se adentre en la sala que contiene su obra entre paredes blancas puede recordar, como advierte el comisario, Oscar Humphries, que «no tiene significados determinados o mensajes inequívocos, sino que está abierta a todo tipo de proyecciones».