Tengo entendido que tuvo la oportunidad de traducir a Lord Byron.

Sí. Para mí fue una de esas cosas que suceden cuando estás dentro del mundo del libro, una de esas cosas que te hacen ilusión. De Lord Byron tenía un conocimiento muy ligero y superficial. Era un escritor que le gustaba mucho a Jaime Gil de Biedma, quien tuvo la idea de poner en marcha una antología de la extensísima correspondencia de Byron. Jaime recogió la parte más divertida de su vida, que fue cuando se exilió a Venecia. Entonces hizo la edición de esas cartas que quería traducir, pero se puso enfermo y ya no pudo terminar el trabajo. Entonces me propusieron que las tradujera yo. Y dije que sí. Poco a poco me fui entusiasmando porque Byron es un personaje muy divertido, tronchante, interesante, con un gran sentido del humor. Este trabajo fue para mí como una herencia de Gil de Biedma.

De todos modos, su gusto por Byron no resulta extraño. Usted es un gran anglófilo.

Sí, totalmente. Me fui a Londres al terminar la carrera. Y me fui a Londres en un momento en el que todo el mundo se iba a París. Era la época del París de Sartre, Camus, de Simone de Beauvoir, de la canción francesa, del teatro del absurdo... Pero yo tendía más a la novela de aventuras, al humor, al misterio, que son más del mundo anglosajón. Entonces me fui a Londres, y tuve la suerte de coincidir allí no con una gran explosión literaria pero sí con el Swinging London, y con otros fenómenos culturales no académicos como la minifalda, los Beatles... Cosas que luego hemos reconocido que quizá tuvieron más importancia que Sartre. Fue entonces cuando se pasó de la cultura verbal de los franceses a la cultura gestual anglosajona.

¿Hubo realmente en ese momento una confrontación de concepciones culturales distintas?

Sí. Fue cuando la cultura pasó de Europa a EE UU. Pero pasaron cosas extrañas. Por ejemplo, el teatro se quedó antiguo en Inglaterra y en EE UU, y la revolución vino del teatro francés y alemán. Pero fue sobre todo la época de la cultura popular y de la cocina popular. La gastronomía francesa se hundió, y acabó ganando la pizza. Todo eso pasó cuando yo estaba en Londres.

Ciudad olímpica ahora. Un te?ma sobre el que usted escribió en "La ciudad de los prodigios" refiriéndose a Barcelona. ¿Cómo ve la transformación de Londres frente a los Juegos?

Sé poco del tema. Lo que he leído en la prensa. La transformación de Barcelona la viví y la cono?cí de cerca porque también conocía a los protagonistas empezando por Pasqual Maragall y los arquitectos que idearon un proyecto de ciudad.

¿Fueron buenas las Olimpiadas para Barcelona?

Sí. Supusieron una de las transformaciones culturales más importantes del siglo XX. Pero puede que quizá yo tenga el delirio de que a lo largo de mi vida siempre he vivido los grandes cambios.

Ahora estamos viviendo un cambio de paradigma.

Sí, pero lo veo ya un poco desde la ventana porque no bajo a la calle. Mira, fui a Londres en la época del cambio, luego me marché a vivir a Nueva York cuando esa ciudad no era nada. Y vi toda la transformación de Nueva York como centro difusor, receptor y creador de la cultura. Todo el pop, Andy Warhol, la Factory... Yo veía a esos personajes cenando, en los bares. Los veía y no participaba.

¿Usted es mucho de ver y no participar?

Qué remedio. Si yo era un pobrecito que había llegado de la provincia más lejana. Iba y miraba. Era como el búho, que no hablaba pero me fijaba mucho. Y después volví a Barcelona y contemplé la transformación de la ciudad con los Juegos. En aquello hubo un poco de operación comercial, pero tuvo una dimensión más importante. Fue la primera vez que una ciudad se convertía en objeto de mercado. Cosa que no había sucedido antes a nivel mundial. Por eso Barcelona se convirtió en un fenómeno extraordinario. Antes de los Juegos Olímpicos, nadie iba a Barcelona. Pero vendimos una idea y un proyecto que fructificaron. Si no, ¿por qué son best sellers novelas sobre esta ciudad como La sombra del viento La catedral del mar?

¿Han creado un monstruo?

Tener un hijo es crear un monstruo. Pero todo depende de cómo salga el niño. Ya veremos qué pasa: si nos moriremos de éxito o qué, porque estamos vendiendo duros a cuatro pesetas, pero el fenómeno está aquí. No sé, ¿es bueno que los Beatles tengan más éxito que Beethoven? Quizá deberíamos habernos quedado en las cuevas de Altamira, pero hemos acabado creando la bomba atómica. A mí no me consultaron y Dios nuestro señor estaba muy distraído mirando la televisión.

Hace poco comentó que "con los años, el escritor se convierte en un escriba de sí mismo". ¿A usted le está pasando?

Yo creo que sí. Nos pasa a todos. Forma parte del circuito de la trayectoria literaria. Sucede cuando ya has hecho las cosas muchas veces. No puedes estar inventando la pólvora todos los días, y no es lo mismo escribir con 25 que con 70. Y el que crea que sí acabará dándose un piño de consideración. Cuando se habla de escritura como profesión siempre se crea una gran inquietud. Pero todos los escritores nos hacemos mayores, nos pasa el tiempo a todos. Y los escritores no están por encima del hecho biológico.

Esa manera de pensar también es muy inglesa.

Soy más positivista que idealista.

En España eso es extraño.

En España cualquier forma de filosofía es extraña.

¿Será la generación más joven una masa de perdedores?

Nos toca vivir una época difícil. Cuando yo vivía en una Europa fantástica, los chinos se morían por la calle y los pasaba a buscar un camión de madrugada. Ahora los chinos son millonarios, y nosotros no hemos llegado aún a lo del camión y espero que no lleguemos, pero estamos en horas bajas.

¿Hay vida después de Europa?

Sí. Hemos estado emigrando siglos y siglos. Lo que pasa es que hacía una temporada que venían aquí los inmigrantes y nosotros teníamos el problema de acogerlos. Pero te vas a Venezuela y ves a mallorquines que están haciendo sobrasada porque alguien se instaló allí hace muchos años.

¿Es más corrupto el norte o el sur de Europa?

Es más corrupto el sur porque es el norte quien define lo que es corrupción.

¿Se ha sentido presionado para escribir en catalán?

Sí, por mi propia historia personal, mis raíces. Mi madre era catalana, y yo siempre he hablado catalán. He pensado que era un lástima que yo no contribuyese a una lengua que también es la mía. Pero no lo hice porque cuando tuve ese movimiento interior fue un poco tarde ya. Y no tenía las herramientas necesarias para hacerlo.