Desaparecer de su entorno habitual, al menos por un día, para embarcarse en un viaje por la periferia de la ciudad. Miguel (Omar), de 13 años de edad, tiene una misión: llevar una chaqueta militar a un antiguo amigo de su abuelo el día de su funeral. Son las nueve de la mañana. Las cámaras están preparadas. La claqueta se cierra. Y la trama va ganando secuencias. Blanca y Mikel, en la piel de Lola y Guillermo, respectivamente, acompañan al protagonista en su periplo.

El argumento parte del barrio de Natzaret y avanza hacia la periferia de Valencia. Ambos escenarios quedan inmortalizados en 'Los chicos del puerto', la nueva película de Alberto Morais, en rodaje durante este mes de agosto.

Con el filme, el director persigue retratar "la imposibilidad, motivada, sobre todo, por el entorno por donde se mueven los protagonistas, que viajan a un mundo al que no pertenecen". Se le ocurrió que podía hacer una película que fuera "sobre el abandono y la solidaridad", un filme que reflejara, por una parte, un paisaje duro, y por la otra, una familia integrada "a partir de la amistad, de la afinidad y la cercanía, aunque sea en el silencio".

La producción de la película corre a cargo de Olivo Films, que tuvo el mismo papel en 'Las olas', el anterior largometraje de Morais, premiado en el Festival Internacional de Cine de Moscú 2011 como mejor película. El director explica que la grabación no es precisamente sencilla. En el casting buscaba a niños que fueran el personaje, no a quienes pudieran interpretarlo. Fue así como los protagonistas salieron elegidos de entre 600 alumnos de más de 15 colegios.Para ellos es su primera película.

El presupuesto es ajustado, según Morais, y el tiempo escaso para grabar un viaje, algo que "requiere muchos desplazamientos y cambios de decorado". Pero al director le gusta su trabajo. A pesar de las dificultades, es consciente de la importancia de dar vida a un producto cultural y espera que la película esté acabada en diciembre. "La cultura sufre mucho actualmente"- destaca- pero "sin ella no hay nada. En un país, o eliges la cultura o la barbarie".

Se acerca el mediodía. Miguel permanece sentado en el banco de un parque. Ha sonado la sirena del colegio y espera a sus amigos para ir a jugar al fútbol, forma parte de su día a día. A unos metros, el equipo técnico está preparado. Algunos familiares observan detrás de las cámaras. "Acción", resuena en el parque. Los tres pequeños se alejan hacia un solar.

A las siete de la tarde, la claqueta se guarda. Quienes trabajan detrás de las cámaras cesan su actividad. Los actores salen de la piel de los protagonistas de Loschicos del puerto por unas horas. Y así hasta que pasen cuatro semanas y 103 secuencias de un retrato que pone cara a la periferia de la ciudad.