Pilar Roig, catedrática de Conservación y Restauración de la Universitat Politècnica de Valencia, pone a sus alumnos como ejemplo de lo que jamás debe ser una restauración la que se llevó a cabo en los años sesenta sobre los frescos de Palomino en los Santos Juanes. El incendio de 1936 y esta fallida intervención hicieron que se perdiera aproximadamente la mitad del trabajo del pintor cordobés que revolucionó la estética barroca valenciana.

Hoy, el equipo de restauración lucha contra los daños y los recortes para recuperar las pinturas originales. Hubo una primera actuación, en 1866, a cargo del hijo de Vicente López, Luis López Piquer, por encargo del clero. Luego llegó el fuego de la Guerra Civil: se perdió la pintura del ábside y parte de la bóveda y todo quedó ennegrecido. En 1958, y bajo la dirección de Ramón Gudiol, las pinturas fueron arrancadas y trasladadas al Palacio de Montjuïch en Barcelona, tal como recoge en su estudio Adela Espinós, conservadora de dibujos y estampas del Museo de Bellas Artes de Valencia. Los Gudiol habían trabajado en el románico catalán, pero bajo la batuta de grandes expertos italianos. A Valencia vinieron solos y el resultado fue «fatal, nefasto» para la obra, en palabras de la responsable de la restauración de la Iglesia de San Juan del Mercado o Santos Juanes, Pilar Roig. La especialista se trasladó hasta el taller de los Gudiol y se encontró con que no había archivos ni documentación, nada.

Salvando las distancias, porque el valor de las obras no es equiparable y aquellos Gudiol no eran amateurs como Cecilia Jiménez, la anciana vecina que repintó el ecchomo de Borja, Roig casi se atreve a comparar los resultados de ambas intervenciones. Con una ventaja, afortunadamente, para Valencia: el auténtico Palomino será más fácil de recuperar. Si llega dinero para continuar, claro, pero esa es otra batalla.

De momento, la Politècnica ha trabajado en la zona, a pie del altar, que no tocaron los restauradores de hace medio siglo. Y también sobre algunas de las áreas intervenidas entonces, que se han recuperado sobre carbono. Otra de las alternativas técnicas que se plantean las restauradoras es proyectar los frescos una vez devueltos a su estado original. Sería una metodología pionera a sumar a la ya empleada en la limpieza de las pinturas mediante el uso de bacterias vivas, un sistema que logra eliminar restos de cola y nitratos sobre pintura mural.

El despedazamiento a que se sometieron los frescos para su traslado a Barcelona, en distintas fases y piezas, dejó como recuerdo tonalidades diferentes en plena bóveda y algunas pinturas por el camino. Además, «se perdió la visión de conjunto», apunta Pilar Roig. La tercera fase, a cargo del hijo de Ramón Gudiol, ya fue «un verdadero desastre», según la restauradora. La catedrática muestra rostros repintados, desdibujados, que sí recuerdan a los trazos del eccehomo zaragozano. «Lo que no sabían cómo era „se lamenta„ se lo inventaban, no se puede suplantar a Palomino y hacer mamarrachos».

Tan mala fue la restauración que representantes del ministerio viajaron a Valencia y detuvieron los trabajos. Curiosamente, esta situación guarda cierto paralelismo con lo que ocurría, dos siglos y medio atrás, cuando los gobernantes, descontentos con la decoración pictórica encomendada a los Guilló (naturales de Vinarós), encargaron un peritaje en 1697 a Antonio Palomino, pintor de cámara de Carlos II, y terminaron encomendándole a él la conclusión del trabajo. Palomino sustituyó parte de las pinturas de Guilló, aunque curiosamente mantuvo, pese a la feroz crítica que hizo de su antecesor, las de los lunetos (las bovedillas abiertas en la bóveda para darle luz). La diferencia de estilo resulta evidente a simple vista.

El espíritu, hoy, de las obras es «el respeto absoluto» a Palomino, insiste Pilar Roig. La reciente llegada al San Pío V de dos dibujos preparatorios originales del autor „adquiridos por Cultura en una subasta y presentados el lunes„ supone un impulso al proyecto. Se trata, como ya informó Levante-EMV, de dos figuras alegóricas que formaban parte de un conjunto de doce, pintadas como esculturas fingidas, en la nave. Este grupo desapareció en el 36 y hasta el momento sólo se contaba con fotografías de baja calidad. Existe un tercer boceto en el Prado. Los bosquejos ilustran de algún modo, explica la restauradora, la suerte que corrió la pintura de Palomino en San Juan: el dominio de la técnica del cordobés frente a la desafortunada restauración en tiempos de la dictadura.