Actúa en el Palau de la Música de Valencia junto a la Banda Municipal de la ciudad en el concierto conmemorativo de la Comunitat Valenciana. ¿Emocionada?

Mucho. Para mí es un recital muy importante y un verdadero placer estar en la gran fiesta de esta tierra. Resulta especialmente importante para mí porque me ha invitado Fernando Bonete, director de la Banda Municipal, y con el que ya he trabajado anteriormente. Me gustaría recordar además que la primera vez que actué con una banda fue con la de Alaquàs.

Sus castañuelas han viajado por todo el mundo.

He estado en 64 países, pero en mi corazón llevo que mis pequeños instrumentos, mis castañuelas, han sido fabricadas en la Comunitat Valenciana. Son obra del maestro artesano José Tárrega Peiró. Ha sido el único que me las ha hecho durante todos estos años y ya nos consideramos casi familia. Hemos pasado muchas horas juntos y siempre me ha hecho las castañuelas que yo he querido. Mis castañuelas sólo se fabrican aquí.

El maestro Joaquín Rodrigo, también valenciano, compuso dos piezas exclusivamente para usted y sus castañuelas.

Así es. Vino a verme actuar y me dijo que me compondría dos piezas. Fue muy bonito.

¿Cuántos pares de castañuelas tiene?

Ahora mismo uso unos 10 pares, pero tengo hasta 60. Además, las cuido mucho. A la mínima fisura que tengan hay que retirarlas. Por eso no dejo que nadie las toque, incluso en los arcos de seguridad de los aeropuerto se sorprenden con mi estuche de castañuelas y no dejo que las toquen.

¿Piensa colgar las castañuelas algún día?

Mientras mis manos puedan tocar, no las colgaré. En su momento ya dejé de bailar, las cosas hay que dejarlas cuando tocan.

¿Hay alguien a quien dejar ese legado?

No existe ninguna escuela que enseñe la técnica de castañuela como instrumento solista, lo cual es una verdadera pena.

¿Cómo comenzó su pasión por las castañuelas?

Toco y bailo desde los cuatro años. Todo comenzó por una enfermedad. Siendo una niña comí sin saberlo queso en mal estado y contraje la fiebre de Malta y tras curarme el médico me recomendó mucho ejercicio. Como en mi época no existían los gimnasios como ahora, me dediqué a la danza y ahí empezó todo. Mi maestra, que me lo enseñó todo, fue Emilia Díez, y más tarde tuve la gran suerte de trabajar con Carmen Amaya, para mí la mejor bailaora de todos los tiempos.

¿Cómo llegó a la compañía de Amaya?

Con «mi Carmen», como yo la llamo, estuve más de tres años. Llegué a su compañía de casualidad. Fui a preguntarle si me daría clase y me dijo que no, pero que podría asistir a sus ensayos y ahí aprendí mucho. Cuando su hermana y primera bailarina de un espectáculo enfermó de hepatitis me preguntó si podría sustituirla y, por supuesto, le dije que sí.