Se dejó una pierna, un pulmón, medio hígado y la adolescencia en un hospital, pero fue una lección de vida y muerte, el eje de su nueva novela. Descubrió el valor de la verdad y, si los políticos la practicaran, afirma, "podríamos luchar ahora con más ánimo".

"Solo es rico el que sabe limitar sus deseos", dice su protagonista. ¿Cuáles ha limitado usted?

No creo mucho en esa afirmación. "Cree en los sueños y ellos se crearán". Confío en esa frase, porque creer y crear están a una letra de distancia.

Usted que triunfa, ¿de qué sirve el dinero?

El triunfo te da libertad sobre todo. Me crié en un hospital de los 14 a los 24, allí perdí la pierna, el pulmón y medio hígado, y allí el dinero no existía. Existían abrazos, sentimientos, caricias. Mi primer libro, con 22 años, lo envié a 50 editoriales y las 50 me dijeron que no, pero me dio la sensación de que algún día conseguiría un sí.

La muerte es el protagonista ausente de la novela (la madre, la mujer...), algo natural y de lo que no se habla...

Así es. Para aprender a vivir hay que aprender a morir, porque lo realmente triste es no vivir intensamente. En el colegio debería haber asignaturas sobre el amor, el sexo y la muerte. Cuanto más hablas de la muerte, más preparado estás para vivir. Morir es el final, a la gente le da mucho miedo hablar, pero yo creo que da mucha vida.

¿Y comprende la eutanasia?

La libertad para morir deberíamos tenerla. Hay quien ha sufrido tanto que no ha de hacer nada más para demostrar que es valiente.

El narrador interpela al lector, como si le hablara. ¿Busca ser diáfano, la ausencia de artificio literario?

Me gusta leer libros en los que el protagonista casi te habla. Me gusta Stephen King por eso, porque explica más emociones que lugares. Mis personajes son poco detallistas, como yo, van a la esencia.

¿Le molesta que al "establishment" le cueste verlo como algo más que un guionista?

No me afecta. Soy ingeniero industrial y nunca me aceptaron porque era el de la tele. Me gusta escribir, lo de menos es el formato. He tenido la suerte de vender 1,5 millones de ejemplares y llegar a 21 países. Ser escritor es que a la gente le guste leerte.

¿Escribir es una medicina?

Sin duda. En cada escritura dejas traumas de tu infancia o de tu vida adulta. Dedico al año 40 días para volver a mi infancia y que el tronco crezca más fuerte. Es más importante entender tu caos que hacer grandes cambios en tu vida.

¿Por qué hace novelas y no libros de autoayuda?

No creo en la autoayuda. Cojo a mis personajes en el peor momento de su vida y los dejo en el mejor. Me gusta esa catarsis. Mis personajes son exploradores de sentimientos, dan consejos y hacen teorías, pero no es autoayuda.

¿Ha construido su archipiélago de sinceridad?

Está en construcción, necesito ese conjunto de gente que te diga la verdad siempre. Cuando entré en el hospital con 10 años y no me engañaron pude luchar porque pude dosificar mis fuerzas. Si en la situación actual nos dijeran la verdad podríamos luchar con más ánimo y energía.

¿De la televisión sale feliz o golpeado?

La alegría con la tele es máxima: en dos meses Spielberg empieza el piloto de Pulseras rojas, tengo oferta de otros canales, ganas... Si quieres la libertad de los libros, nunca saldrás satisfecho, pero la televisión te proporciona muchos espectadores en poco tiempo.

¿Spielberg es un divo altivo?

Al revés, es muy cercano. Al final, casi le deberé yo más a él, porque sin iniciar la serie en EE UU ya hemos vendido las novelas a 20 países. Si Spielberg pone su mirada en ti, se abren muchas puertas.