Aquella sensación de calor y de aburrimiento que me produjo la película estadounidense, dirigida por Martin Ritt en 1958, llega a mi memoria en este periodo estival en el que tanto echamos de menos días más frescos. Fue un filme de grandes intérpretes (Paul Newman, premio al mejor actor en el Festival de Cannes, Joanne Woodward, Anthony Franciosa, Lee Remick, Angela Lansbury y Orson Welles) basado en un guión melodramático del inefable William Faulkner, Nobel de Literatura de 1949.

El cine nos ha dejado huellas de ambientes calurosos que, por estas fechas, suelo recordar, como „por citar dos títulos raros, a la vez que interesantes, en blanco y negro ambos„ Cayo Largo (USA, 1948), de John Huston, con Humpbrey Bogart, Edward G. Robinson, Lauren Bacall, Lionel Barrimore y Claire Trevor; y El salario del miedo (Francia-Italia, 1953), de Henri-Georges Clouzot, con Yves Montand, Charles Vanel, Peter van Eyck y Antonio Centa.

Calor sudista norteamericano y calor caribeño de Florida; sudores de quienes llevan a cabo un trabajo peligroso en un lugar de Latinoamérica. Calor canicular, el excesivo y sofocante; calor natural, el que producen las funciones fisiológicas del organismo. Y no olvidemos Una historia inmortal (Francia, 1968), aquella pequeña obra maestra de Welles, ubicada en Macao.

No sé quién es el autor de estos versos. Y bien que lo siento porque me hubiera gustado poner aquí su nombre. Leed: «Cada vez que aumento / a todos les molesto, pero cuando me ausento / ya no están tan contentos. / Yo no me veo, pero me siento / soy como un fuego que quema por dentro. / Me transmito cuerpo a cuerpo / igualando temperaturas por el mundo entero. / No me confundan, / yo no soy el fuego, yo no soy el sol, / soy mucho más, / soy el calor».

Hoy, con tanto aire acondicionado, hubiese sido imposible que Albert Camus nos transmitiera la calurosa sensación del verano argelino. Porque la palabra también es capaz de facilitar esa impresión sensorial. ¿Quién no siente ardor leyendo los Trópicos, de Henry Miller? ¿Quién no nota determinada calidez ante El sueño de una noche de verano, de William Shakespeare?

En algún sitio he leído que también en la música existe una presencia ardiente, que me remite a las casas donde componía Gustav Mahler. El tema lo ignoro, pero me gustaría conocerlo. Por eso se lo traslado a Alberto Soler, especialista en el músico postromántico, con el ruego de que lo aclare. Mientras tanto, aquí estoy, sin más compañía que un abanico, ante el ordenador, con la esperanza de que, poniéndose el sol, pueda respirar tranquilo unas horas antes de acostarme, fatigado en lo más posible, a fin de tomar el sueño con la mayor rapidez. ¡La de horas que he pasado leyendo en la cama y ahora soy incapaz! Buenas noches.