Dicen las lenguas „que no tienen por qué ser siempre malas„ que visceral es un adjetivo que hace referencia a las vísceras. Las vísceras son los órganos que están contenidos en las cavidades de los animales, ser humano incluido, como pulmones y corazón, hígado y páncreas. Las vísceras o entrañas son de gran importancia para nuestros aparatos respiratorio y digestivo, mientras que se constituyen en factor un tanto negativo a la hora de utilizarlas como símbolo de intensas reacciones emocionales.

De manera metafórica, la visceralidad es eso que «no se puede evitar», escapando a la razón, con lo cual nos acercamos más a los animales y nos distanciamos del ser humano, quien debe saber controlar sus excesos, si quiere funcionar con éxito en una sociedad como la nuestra. No obstante, a sabiendas de que se trata de una actuación irracional e insensata, la visceralidad suele tener gran éxito, levantando aplausos espontáneos „viscerales„ entre la tribu frente a la lógica y la cordura, la sensatez y la coherencia.

Además de la espontaneidad „algo bueno en sí„ suele acompañarse de rasgos cerriles como son los de cerrarse al diálogo y la incapacidad de entender la situación con cierta objetividad, llegando a asociarse a la violencia, lo que suele conducir a arrepentimientos posteriores.

La buena educación contribuye a que, en situaciones conflictivas, se sepa utilizar algún filtro que permita controlar posibles exabruptos. Por ejemplo, en el caso de la actualidad emanada de las circunstancias sirias, la actuación diplomática sería lo racional, mientras que la militar representaría lo visceral.

Parece evidente que la visceralidad esconde ignorancias. Las discusiones televisivas son un ejemplo claro de visceralidad „y, por tanto, de ignorancia„ en donde triunfa la espontaneidad más nefasta. Siempre he sido partidario de la discusión. Me ha gustado participar en mesas redondas donde intercambiar (habría que reflexionar sobre este verbo a la hora discutir cualquier cuestión) puntos de vista diferentes y diferenciados, donde no sea necesario el insulto para exponer argumentos, donde levantar la voz no sea lo mismo que tener razón, sino más bien lo contrario.

Pero no nos engañemos. Somos seres duales en muchas facetas y la que nos ocupa no podría ser una excepción, aunque establecer un equilibrio ideal resulta asaz utópico, como apuntaba Vittorio Alfieri, el dramaturgo italiano del XVIII, «raro y celestial don, el que sepa sentir y razonar al mismo tiempo».

A la sociedad española le sobra demasiada visceralidad. El problema se agrava desde el momento en el cual se aprecia que, como en la crisis que nos rodea, carecemos de signos que permitan pensar en un futuro mejor.