Tu rostro con la marea ya ha recibido el Premio de Novela Histórica Alfonso X El Sabio 2013. La obra ofrece a lo largo de 447 páginas una nueva perspectiva de la intrahistoria de la Primera Guerra Mundial y revisa el siglo XX con España como punto de partida para viajar después a la Varsovia de entreguerras, a la Roma de Mussolini, al San Petersburgo de los últimos zares y a los clubes de jazz de la Constantinopla ocupada por los aliados.

Le pregunto lo mismo que usted plantea al protagonista de su novela, ¿puede una vida ser investigada utilizando a modo de pistas las voces de los que aún recuerdan?

Sí, pero con cautelas. Uno de los problemas que nos encontramos los historiadores al hablar con los protagonistas de una determinada época es que se pueden olvidar de los hechos o mentir.

¿Qué es peor: el olvido o la mentira?

El olvido. La mentira se puede desenmascarar, pero cuando no hay recuerdos o son confusos pueden llevar a error al que investiga.

¿Y a qué conclusión llega Fernando Urtiaga, el protagonista de su novela?

A que como siempre ocurre, en el siglo XX la política acaba matando no sólo físicamente sino también sentimientos y pasiones.

¿De qué fuentes ha bebido para escribir este libro?

Sobre todo de mis casi 50 años de formación literaria y de mi experiencia como historiador. Son fuentes recopiladas a lo largo de la historia de todo el siglo XX con un tratamiento literario.

Hay quien critica esa combinación de ficción y realidad.

Yo la aplaudo siempre y cuando no se incurra en anacronismos ni en faltas de verosimilitud.

¿Qué le parece que el éxito editorial del verano haya sido otra novela histórica titulada Victus que sitúa el germen del ansia separatista catalán en el 11 de septiembre de 1974 tras el sitio de Barcelona?

Sorprendente. Victus es una obra de encargo que actúa de soporte emocional y mítico de los acontecimientos que rodearon la Guerra de Sucesión y que son la base del irredentismo catalán.

¿Ha leído el libro?

Lo he ojeado en una librería. No me interesa nada.

Pues ese libro de Sánchez Piñol ha sido la obra de cabecera durante este verano del presidente Mariano Rajoy.

Eso me ha llamado muchísimo la atención y más el que la haya ponderado. Había que preguntarles a los nacionalistas catalanes si ellos serían tan generosos cuando hablan de obras de rigor histórico que no abonan sus tesis. Me costaría encontrar un independentista catalán que ponderase mi obra. Rajoy trabaja para el enemigo al ponderar un libro mitómano e independentista. Además, esa publicidad tan sorprendente no va a ser recíproca.

¿Por qué cree que lo hizo?

Puede que por su bonhomía, pero es peligroso hacer ciertas alabanzas cuando ya sabes con quien te juegas los cuartos.

Le noto muy preocupado por la situación de España, casi más que su personaje Urtiaga en ese convulso primer tercio del siglo XX. ¿Qué diferencias y similitudes hay entre ambas épocas?

Ninguna similitud. España no sólo vive ahora un devastador ciclo de penalidades económicas. Hay algo más grave. España carece de esa mirada crítica capaz de dotar de sentido histórico a lo que nos ocurre, de insertar nuestras vicisitudes en una memoria nacional.

¿Falta liderazgo?

Por supuesto. Yo soy muy crítico con los políticos, pero también con la sociedad. Los políticos son corruptos porque la sociedad es corrupta. En una situación como la actual es normal que aparezcan, por ejemplo, los oportunismos de los nacionalistas.

Es curioso, porque usted asegura que en el siglo XIX los más interesados, junto a los políticos, en nacionalizar España fueron los empresarios vascos y catalanes.

Por supuesto. A las dos grandes burguesías españolas, la catalana y la vasca, les interesa un mercado unificado para colocar sus productos y les interesa la cohesión política y social de España. No hay que olvidar tampoco que durante los dos últimos siglos ha primado el proteccionismo del Estado a las empresas catalanas y vascas.

¿Cómo hemos llegado a esta situación después de una transición que creíamos ejemplar?

Porque no fue tan ejemplar. Hemos mitificado la transición por un ansia de pasar página y hacer borrón y cuenta nueva. La transición agravó problemas relacionados con la organización territorial del Estado. Se dieron alas a los nacionalistas que son insaciables.

¿Comparte la tesis de que los españoles somos los que peor valoramos a España?

Absolutamente. No sucede en Inglaterra. Si no creemos en nuestra nación y no nos respetamos será muy difícil que la sigamos construyendo. Estamos en un proceso de desbaratamiento de España. Estamos siempre pendientes de la palabra del de fuera y esa palabra no es tan importante.

¡Pero si usted es un enamorado de la palabra!

Eso es otra cosa. Quien tiene el lenguaje tiene el poder. En esa línea también nos han ganado la batalla los nacionalistas, que han inventado multitud de términos.

¿Es entonces igual de importante contar la Historia de forma amena que saber Historia?

Los historiadores tenemos que saber de Historia y, sobre todo, tenemos que saber transmitirla, si no, no sirve para nada. No podemos permitir que la gente tenga la imagen de que la Historia es pesada y prolija. Eso no es culpa de nuestros lectores. Les aburrimos.

¿Le aburren a usted también las historias de sus compañeros?

Sí. Me aburren sobremanera algunos historiadores.

¿Debe su estilo literario a Fernando Lázaro Carreter?

Sí, tuve la suerte de tenerlo de maestro y de aprender de él esa guerra al tópico y a la vulgaridad que tanto abunda en la escritura.

¿Cree usted que el papa Francisco, jesuita y provocador como usted, será capaz de frenar la fuga de fieles?

Creo que sí. No creo que el Papa vaya a abordar temas doctrinales importantes, pero hará una Iglesia más próxima a los ciudadanos, menos preocupada por el sexo de los ángeles. El Papa puede hacer mucho bien pero le falta la intelectualidad de Ratzinger. Una mezcla de ambos sería lo ideal.

¿En qué lugar queda Juan Pablo II?

Fue muy mediático pero su legado doctrinal no dice nada. Tenía una imagen muy conservadora que hizo que ciertos sectores de la Iglesia se fueran de ella.