La muerte del escritor colombiano Álvaro Mutis, entre otros Premio Cervantes y Príncipe de Asturias de las Letras, silenciaba la madrugada del domingo otra voz prinvilegiada de una generación literaria única e irrepetible y ponía de luto al mundo de las letras. Padecía un problema respiratorio.

Mutis, que fallecía a los 90 años de edad en México, se consideraba sobre todo «un servidor de la poesía», género al que consideraba como «forma privilegiada de la expresión humana».

Mutis tuvo una relación intensa con la poesía, con la que empezó en la escritura y que trufó toda su obra, también las novelas que protagonizó su «alter ego», Maqroll el Gaviero, como dejó dicho en una entrevista: «Mi obra es un poema continuo, siempre tratando de dialogar con él y siempre escuchándolo».

El diálogo con Maqroll, protagonista de siete de sus nueve libros de narrativa, siempre estuvo presidido por la poesía, género al que definía como «una especie de oración en contacto con un más allá que todos llevamos dentro y que revela ese otro lado que generalmente permanece secreto».

En ese ámbito se refugió el autor de Iliona llega con la lluvia en diversos períodos de la vida, tal vez en busca de respuestas a su propia existencia y sobre el mundo que le rodeaba, porque consideraba que «la poesía tiene la capacidad de revelar la verdad más íntima del hombre sobre sí mismo y sobre su mundo».

La Balanza (1948), Los elementos del desastre (1953), Los trabajos perdidos (1965), Reseña de los hospitales de Ultramar (1955), Summa de Maqroll el Gaviero (1973), Caravansary (1981); Los emisarios (1984), Crónica y alabanza del reino (1885), Un homenaje y siete nocturnos (1986) son sus principales poemarios.

En ellos también está reflejado el lugar que el autor, tan viajero en su vida como Maqroll, eligió como patria: la finca de café y caña de azúcar fundada por su abuelo en Coello (Tolima. Colombia), en las estribaciones de la Cordillera Central Andina.

La obra de Mutis osciló entre la exuberancia del trópico y el desasosiego y la desesperanza de unos tiempos que criticó duramente. Se distanció cada vez más claramente del movimiento del realismo mágico al que se le solía asociar, tal vez por su amistad con Gabriel García Márquez, y señaló que este movimiento que propició el boom de la literatura latinoamericana nunca pasó de ser un «truco artificial literario, muy talentoso», y que, «como hijo natural del surrealismo», no hubiera podido subsistir mucho tiempo.

Para él, la literatura latinoamericana se había instalado en los últimos años en una corriente que debió iniciar hace dos siglos,«un trabajo literario totalmente próximo a la vida cotidiana, actual, sin buscar complicaciones ni interpretaciones universales.

Gran amigo de García Márquez éste confesó que tres décadas atrás había llegado a México «por una semana» para ver a su amigo Álvaro Mutis y a consecuencia de aquel viaje se quedó toda una vida en este país, donde escribió Cien años de soledad (1967), su obra maestra.

Mutis jamás se consideró a sí mismo «un escritor profesional» y sostenía que sus libros no nacían de coyunturas particulares, sino que se nutrían de un particular modo de entender la literatura.

Era escritor, confesó, por necesidad, para «sobrevivir día a día el terrible mundo que habitamos».

Así era Mutis.