La propuesta de Esquerra Republicana de Catalunya a favor de la doble nacionalidad española y catalana va en la buena línea. En caso de independencia, los catalanes que sientan intensos vínculos emocionales con España ven reconocida su doble emocionalidad. Uno, sin ser muy emocional ni nacionalista, sólo ve ventajas en la nacionalidad múltiple. Se acabó que sea español el que no puede ser otra cosa, exabrupto españolísimo. Al fin el español podrá ser cualquier cosa y español.

No es sólo no tener que elegir entre papá y mamá, siendo de papá y de mamá, y sabiendo que, con los años, es fácil mudar emocionalmente de uno a otro, es que emociones personales poco presentes en tu país, que te hacen sentir un expatriado en tu tierra, tendrían reconocimiento oficial. Por ejemplo, cuando me toca vivir una de nuestras estruendosas fiestas, caigo en una melancolía portuguesa que añora la voz baja, el habla susurrada y el silencio considerado. Me pido ser español y portugués ¿Cree que no les pasa lo mismo a muchos valencianos sin emocionalidad pirotécnica? En cambio miles de asturianos lloran en «la descarga» de Cangas del Narcea, una quema de pólvora horrísona, y desarrollarían su identidad en la doble nacionalidad astur-valenciana.

Con doble nacionalidad emocional, el nacionalismo español centrípeto resolvería su contradicción interna haciéndose emocionalmente francés. Así, dejaría de sentirse tan intensamente español como sólo un nacionalista francés se siente francés, sin necesidad de lamentar la falta de chauvinismo de los españoles. Pero el nacionalismo español, por español, es anti-francés y esto es imposible sin doble emocionalidad reconocida insertada en Europa y en el euro. Caben mil ejemplos en el razonamiento pero no en la columna. Cuesta expresarlos, como todo lo emocional, y mantenerlos con la razón, por el mismo motivo. Así de emocionantes son las emociones.