Para que se haga cargo del tipo de entrevista: ¿Cuál es el «ranking» de los presidentes de la democracia?

Suárez, Felipe, Aznar, Zapatero, Calvo Sotelo, y es pronto para meter al que hay ahora, ése del «llueve mucho».

Si Adolfo Suárez pronunciaba las palabras de Ónega, ¿no era Ónega quien hablaba?

Nunca, el discurso es de quien lo pronuncia. El redactor es un auxiliar. Sin embargo, debía haber una identificación natural entre nosotros, porque yo me ponía en la voz de Suárez y él interpretaba muy bien.

Zapatero se cree la reencarnación de Suárez.

Zapatero tenía algo del espíritu de Suárez, la necesidad de pasar a la historia como inventor, el adanismo de recrear la historia de España y conectar con la legalidad republicana.

¿Zapatero rompe España?

Discrepo de quienes le culpan por prometer que respetaría el Estatut salido del Parlament catalán, porque es una lección de democracia. Su error es desatascar el debate estatutario, debió dejar que se estrellaran solos. Sé que es cinismo, una cualidad con peso en política.

Escribe en La Vanguardia, ¿los ve independientes?

Sí. No tan pronto como piensan en Cataluña, y es un error histórico, pero los independentistas ofrecen un proyecto mientras que el Estado no consigue crear la necesidad y ansia de España.

¿Qué haría Suárez con Cataluña?

Con Suárez no se habría llegado a esta situación. Se hubiera volcado con Cataluña, para combatir el «desafecto» que Montilla denunció por primera vez.

Le pregunto «¿cómo va todo?», y usted me responde que «no lo sé».

Porque estoy confundido. En lo económico, me sorprende la operación sonrisa que ha montado el Gobierno con la miseria de una décima de crecimiento. Por una vez estoy de acuerdo con Rosa Díez: el ejecutivo «considera un éxito el estancamiento».

Usted crea el eslogan «puedo prometer y prometo», entre la genialidad y el 'kitsch'.

El escribiente solo pone música a una reunión con Suárez y Gutiérrez Mellado, en que el presidente planteó sus problemas de credibilidad. En aquellos momentos no tengo conciencia de vivir un momento histórico.

¿Alguien debe decirle al Rey que ya ha abdicado?

Quienes se lo pueden decir no piensan eso, y quienes piensan eso no se lo pueden decir. Me cuento entre los primeros, no es momento para una sucesión que abrirá el debate monarquía o república.

Siempre he pensado que usted deseaba moderar un debate televisivo entre candidatos a La Moncloa.

Me lo ofrecieron y dije que sí. El día anterior me dijeron que yo no lo haría, sin una explicación convincente. Si uno de los dos me vetó, no fue Rubalcaba.

Concha García Campoy siempre lo quería a usted a su derecha.

Si yo fuera Papa, la haría santa. Más allá de la elegancia y el buen hacer, su aportación consiste en dar credibilidad a la mujer informadora en medios audiovisuales. Ella es la pionera en programas de larga duración.

¿Está usted preparado para el fin del periodismo?

No, pero lo estoy viendo venir. Tendrá que ser sustituido por algo, y estamos con Gramsci en un tiempo en que lo viejo no acaba de morir y lo nuevo no acaba de nacer. Me apunto al gremio de los desorientados.

¿Reconoce a este Wert?

No, me cuesta trabajo. Frases como «españolizar a los niños catalanes» no constituyen únicamente un error estratégico. El idioma es un patrimonio indiscutible, no me pueden obligar a no hablar en gallego.

¿Mario Conde es el pecado mortal de Suárez?

Uno de ellos, porque Conde le contamina durante un tiempo, intenta comprarle el partido. Confieso que no he tenido interés en conocer lo ocurrido entre ambos.

Un día me enseñó que lo peligroso de participar en tres tertulias diarias no era repetirse, sino contradecirse.

Exacto, y me temo que eso ya ocurre.

¿Por qué ha trabajado usted tanto?

La pregunta es «¿por qué cojones sigo trabajando tanto?» Y la respuesta, «porque soy un gilipollas». Me canso pero disfruto.