Carmen Calvo pasaba ayer a formar parte de la selecta nómina de artistas en posesión del Premio Nacional de Artes Plásticas. Es el décimo vinculado a Valencia. Antes lo fueron Boix, Alfaro, Valdés, Genovés, Mompó, Centelles Miquel Navarro, Soledad Sevilla o Gaya. Habían pasado diez años desde el último. Y sobre todo muy pocas mujeres han tenido la oportunidad de disfrutar de este reconocimiento que consagra una trayectoria, aunque en su caso ya bien reconocida.

Calvo confesaba ayer que cuando le comunicaron el premio se puso a llorar. No por el mismo sino, sobre todo, por lo que transmitía ya que se le había llenado la cabeza de recuerdos, personas e imágenes.

«Es un premio y estoy contenta, pero no todo está aún conseguido»„confesaba esta artista independiente, discreta, de un lenguaje muy claro y definido, luchadora y a la que nunca nadie le ha sacado de su camino. «Yo fui la que quise ser artista. Yo elegí ésto y mi camino. Y sé que soy de pequeñas minorias, que mi obra es algo compleja, pero es mi obra, mi mundo», confesaba esta creadora de rigor y mucho trabajo de laboratorio que, como Picasso, cree que la inspiración existe pero te ha de sorprender trabajando.

El jurado centraba los motivos de la elección de Carmen Calvo en su capaccidad de trabajar con muchos materiales y técnicas y su búsqueda constante de diferentes medios de expresión.

Y es cierto. En sus cuarenta años de trayectoria, Carmen Calvo ha trabajado con la pintura, los objetos encontrados, la manipulación fotográfica, el barro, la cerámica, el dibujo, los collages, la escayola, el cristal, los libro-objeto, a los que ha vuelto ahora, como reconoce, no siguiendo el mismo guión pero sí formando parte del mismo camino. Es un lenguaje que pasea en las últimas décadas por el surrealismo y lo conceptual, pero que no olvida lo poético, la memoria, lo melancólico y enigmático. Tampoco, la propia realidad que es la que hace que su obra sea fuerte y a veces hasta muy dura. Como dice, una obra debe sorprender sobre todo a su propio autor. Para ella un cuadro es un libro, literatura, y ha de contar una historia. El espectador se habrá de preguntar un porqué.

En su caso, hay una denuncia sobre la violencia de género e infantil, reflexiones sobre la muerte, la mirada del voyeur, pero tampoco ha ocultado su admiración por Morandi, Arp, Miró o Joan Brossa con el compartió presencia en la Bienal de Venecia en 1977 representando al arte español.

Calvo, académica de Bellas Artes de San Carlos pendiente de la lectura de su discurso de ingreso, siempre ha destacado por su versatilidad y su huida de la repetición debido a su propio carácter inconformista. «Este es un premio que debo a los amigos, a los que han confiado en mí», añade para ponerse después reivindicativa. «Pero no me olvido del 21% del IVA que tanto daño está haciendo a la cultura y al arte. Hay que seguir luchando para cambiar leyes y esquemas. El IVA está haciendo mucho daño a los artistas, los coleccionistas y a los galeristas que son los que al final han de mostrar nuestra obra».

Con tres exposiciones en marcha en España y una gran presencia en el exterior, para Calvo lo más importante hoy, al margen del Premio, es que hay que «seguir protegiendo la cultura».