El teatro no está en crisis, aunque quienes lo practican recuerden que lo está desde hace 2.000 años. Aún así continúa ofreciendo sus servicios. Lo que está en crisis es la sociedad por culpa de quienes nos «guían». Como reconocía un empresario, hay mucha y buena oferta para la tristeza que nos acompaña. Pero ante una buena propuesta el espectador siempre reacciona. Sin ir más lejos, este pasado fin de semana coincidían en los principales escenarios valencianos enormes espectáculos. Y con manifestación incluida, los aforos presentaron una ocupación más que notable. ¿Por qué? Pues porque un buen montaje atrae al público y una programación descompensada lo echa, como ha venido sucediendo en los últimos años en los teatros públicos valencianos que han ido expulsando al espectador temporada tras temporada.

Sin embargo, la apuesta por buenos textos y montajes de altura produce el efecto contrario. Lógico. «Casa de muñecas» agotaba en el Rialto, mientras el magnífico «Otelo» de Eduardo Vasco, Arturo Querejeta, Daniel Albaladejo y Cristina Adua se hubiera mantenido en el Principal por encima de una semana más con el aforo lleno a rebosar, por no hablar de «El Brujo» o «El diario de Adán y Eva», de Ana Milán y Fernando Guillem Cuervo, quienes tuvieron que hacer una función extra en el Talía por la demanda. ¿Qué ha fallado entonces en el sector público? Interés por el espectador y respeto por el teatro. Casi nada.

Pero de estos políticos de rango bajo no se puede esperar mucho más. Sólo hay que observar a nuestro conseller de Gobernación Serafín Castellano que estando el patio como está tiene la ocurrencia de proponer acortar el Himno Regional. Debe estar muy «desfaenao» nuestro conseller al plantear a estas alturas debates huecos e iniciativas de perfil plano. Ya le ha contestado Francisco. No hay que recortar himnos sino políticos y sus sueldos. Así aprenderían, añado. Por cierto, ¿se animaría Plácido a cantar una versión corta después de lo que le costó la extended play? Lo de Serafín es de sainete oficial.