Si algo caracteriza a Eliseu Climent es su poder de persuasión. Enfrascado en mil batallas, ahora ha sido capaz de meter y sentar en su propia casa el Octubre Centre de Cultura Contemporània a toda una directora general de Cultura de la Generalitat, Marta Alonso, poco dada a los saraos y de ocupación apenas aireada. Contaron que iba en representación de la consellera de Educación y Cultura, María José Català.

Fue ayer con motivo de la presentación de las cartas enviadas por intelectuales españoles de su época a Teodoro Llorente.

La cosa debería de ser normal si este autonomía lo fuera, pero con los enfrentamientos que la Generalitat ha mantenido en los últimos cuatro lustros con la entidad de la que Climent es Secretario General, Acció Cultural del País Valencià, la imagen rascaba la atención. ¿Asistimos a un cambio de actitud generacional, aunque sólo sean gestos de carácter individual? No estaría mal. Va siendo hora.

Al menos, la consellera de Cultura lo ha venido demostrando con algunos detalles como fue reconocer a Vicent Andrés Estellés cuando la caverna de su propio grupo en las Corts lo acababa de crucificar, acudir a la despedida de Andreu Alfaro o simplemente mantener su relación de cercanía con Escola Valenciana. Y no pasa nada. El ayuntamiento podría tomar ejemplo.

Las cartas del patriarca de la Renaixença son un ejemplo de normalidad cultural al margen de cualquier cuestión ideológica que hubiera por medio, como lo fue la relación entre Azorín y Pío Baroja, tan amigos como antagónicos.

Cuentan, además, que Alonso dio en varias ocasiones gracias a «Acció Cultural del País Valencià».

A este paso, el portavoz adjunto del PP en las Corts, Rafael Maluenda, y después de lo del ministro Montoro en TV3, va a acabar haciéndose cruces. Y además sin televisión que le haga caso.