Hace ahora diez años que el último compromiso del Ministerio de Cultura con la ciudad de Valencia se ejecutó. A medias, pero se cumplió. Fue, curiosamente, la inauguración de las salas centrales del Museo de Bellas Artes de Valencia, San Pío V. A medias porque el proyecto inicial contemplaba también las obras que ahora se van a acometer en el museo y que en su momento el Gobierno central eliminó porque no le venía bien asumir un proyecto que había diseñado el gobierno socialista y, por tanto, heredaba. Así que buscó una excusa y se lo cargó sin contemplaciones. Así, sin más.

Una década de espera para satisfacer un reclamación de justicia y en estado de precariedad es mucho tiempo. Demasiado. En esos dos lustros el Ministerio ha ido dando largas, pese a compartir color político, e incluso con planes específicos aprobados y dotados presupuestariamente. Tanto en tiempos de Aguirre/Rajoy/ Del Castilllo como de Calvo/Sinde/Molina.

El Ministerio de Cultura apenas tiene ya competencias por estas latitudes salvo que es titular del San Pío V, cuya gestión transfirió con los primeros gobiernos autonómicos, y del Museo Nacional de Cerámica González Martí. De ninguna titularidad ha querido desprenderse. Pero aún teniendo apenas competencias en la Comunitat Valenciana tampoco ha hecho mucho por solidarizarse con los proyectos de la autonomía. A la vista está.

Por mucho que los gobiernos autonómicos populares gimieron a las puertas de los socialistas nadie les hizo caso y aquellos mismos proyectos que se esperaba fueran atendidos con el cambio en La Moncloa no han recibido la más mínima atención. Es todo un detalle que deja muy a las claras o el poco peso que tenemos en Madrid o el desinterés centralista por una autonomía que aporta tanto o más que cualquiera pero recibe mucho menos de lo merecido.

El caso del San Pío V es un ejemplo claro. Diez años de espera para poner en marcha un plan que además ha sido mutilado por el camino. Y lo peor, sin mayores esperanzas de futuro.

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