Fernando Ónega se declara abiertamente partidario del expresidente del gobierno Adolfo Suárez, con quien compartió años de amistad y algunos de trabajo, como el tiempo que pasó a su lado en el palacio de la Moncloa, tras las primeras elecciones democráticas. Su libro 'Puedo prometer y prometo. Mis años con Adolfo Suárez', que acaba de publicar Plaza & Janés, intenta recordar aquellos años, y aunque no era su objetivo inicial, defender aquel periodo, la Transición.

Con el conocimiento que le da haber estado allí esos años, haber escrito sus discursos, Ónega no duda en definir al Adolfo Suárez que él conoció como "un héroe nacional". Eso sí, con la perspectiva de hoy, porque cuando fue nombrado presidente, la opinión de la calle era otra. Recuerda que el historiador Ricardo de la Cierva exclamó: "error, inmenso error", cuando supo que el Rey le había elegido para ser presidente. Y muchos lo creían, porque "le costó muchísimo trabajo formar el primer gobierno. No había voluntarios que confiaran en él".

Era la persona adecuada por muchas razones; la primera, que "no tenía una ideología suficientemente asentada como para no ser versátil ante la ideología de los demás". Lo que tenía claro Suárez era que había que "llegar a una democracia plena" utilizando únicamente "el diálogo y el pacto". En aquellos momentos "seguramente era difícil encontrar un personaje tan dúctil para asumir las ideas de otros para su tarea de gobierno".

Hemos pasado del héroe al desprestigio en poco tiempo, ¿cómo se produce esa decadencia? "Mi teoría es que entró en decadencia ante diversos sectores", entre otros la prensa, "e le perdió el respeto por las vacaciones que hizo en casa de Antonio Van de Walle", coronel del ejército relacionado con los servicios de inteligencia españoles y norteamericanos, "y se le empezó a atacar de una forma tremenda y creciente".

Está convencido de que una de las causas de la dimisión de Suárez como presidente fue sentir un aislamiento general y sentirse desprotegido por el Rey. "Ve que hay una falta de cariño, de confianza, y se marcha", aunque también intentó con ello evitar el golpe de Estado.

Hasta llegar ahí hay que volver al momento en el que el Rey piensa en él como presidente, y él lo acepta sin dudarlo. Decían que era muy ambicioso. "Tenía la ambición que tienen los políticos. Si uno se dedica a la política, quiere llegar a lo máximo".

Y llega a presidente. Le encargan dirigir una transición de la que se habla mucho. "Había un punto de destino, la democracia, pero cómo se hacía se fue viendo poco a poco y con mucha improvisación".

La tarea de Fernando Ónega en el tiempo que trabajó al lado de Suárez era escribir sus discursos, el más famoso, aquel del "puedo prometer y prometo" que da título a su libro: "La frase surge de una reunión entre Gutiérrez Mellado, Suárez y yo. Suárez tenía un problema de credibilidad".

Hubo más discursos que aún se recuerdan. Del que más orgulloso se siente es del que le escribió para que defendiera la ley de Asociación Política, cuando todavía no era presidente del gobierno. "Fue el primer discurso. Quizá el de ´puedo prometer y prometo´ fue el más bonito, el más sonoro, el de más eco, pero el más importante fue la defensa del derecho de asociación política".

En el libro cuenta su última llamada. Le había invitado a participar en una comida que mantienen regularmente los que trabajaron juntos en la Moncloa. El día del almuerzo le llama, era el 5 de febrero del 2002. Adolfo Suárez reprocha a Ónega que no se lo dijera con antelación, él le replica que se lo comunicó hace tiempo. "Tuvimos una discusión tonta y dijo: lo que tú quieras, Fernando, pero el que tiene que cuidar a su mujer soy yo. Se me cayó físicamente el teléfono, porque Amparo llevaba muerta un año".