Todavía recuerdo la decepción que me produjo la versión española de este musical en los 90. Claro que, por entonces, veía el teatro desde el gallinero. Aunque no todo era eso, sino que, a pesar de que dicho montaje fuera una réplica exacta del de Londres, en aquella época no contábamos en nuestro país con buenos actores que supieran cantar, por lo que había que acudir a los cantantes de zarzuela o de lo que fuera. Tan es así que salvo el Jean Valjean de Pedro Ruy-Blas (más cantante que actor), todo sonaba a zarzuela.

Los tiempos han cambiado, y ahora tenemos la capacidad de hacer buenos musicales: ya hay actores preparados. Y eso es lo que más me importa. Porque lo demás puede imitarse del original del West End, como se hace aquí de nuevo. Pero, eso sí, imitación con un buen acabado, pluscuamperfecto. A veces lo es tanto que le falta un punto de frescura. Pero ésa es sin duda la base de un éxito que tiene que ver también con la notable ordenación de las escenas que se suceden a un ritmo frenético (al principio, en exceso), a través de la movilidad de una escenografía muy eficaz (aunque eché de menos que se vieran las dos partes de las barricada), y muy bella cuando utiliza los dibujos de Víctor Hugo. La actual puesta en escena aprovecha de los avances técnicos del audiovisual, por lo que momentos fríos se juntan con genialidades, como el suicidio de Javert.

La pegadiza y emotiva (a veces, épica) música siempre acompaña al sentido de las acciones, y ése es otro de los aciertos de las románticas revueltas que plantean unos personajes prototipo de damas sociales. Pero, también, dicho neoromanticismo hace que la obra no escape, en determinados instantes, del estridente melodrama y de cierto artificio. Cavilaciones subjetivas que surgen de la admiración por este prodigio de técnica y mecánica. La interpretación actoral y de las canciones es de gran calidad en su conjunto.

Un musical que tiene también algo de simbólico, porque ha transgredido un espacio (el del Palau de les Arts), hasta ahora consagrado a la ópera clásica, y no le ha sentado nada mal.