Dos gemelas pianistas? ¡Cuidado! Las que se les han venido enseguida a la mente ni siquiera son gemelas. Estas a las que nuestra Filarmónica acaba de hacer debutar en España sí. Y vaya par de gemelas: tan buenas o más que las otras dos hermanas a las que en sus siluetas y atuendo recuerdan más aún que en lo musical, que ya es mucho. Entre los pocos que éramos en la Iturbi no faltaba quien ya se relamía al pensar en lo que dirá cuando dentro de unos años, previa exaltación en los medios de comunicación de masas, la misma sala rebose de espectadores embelesados: «Yo las vi primero y predije que llegarían lejos».

Hablamos de las estadounidenses Christina y Michelle Naughton, nacidas en Princeton (New Jersey) el año 1988. Formadas en la Juilliard y el Curtis, en 2008 iniciaron una carrera que no ha merecido sino críticas entusiastas, lo mismo que su primer y hasta ahora único disco.

Dentro del Himalaya de calidad que constituyó toda su actuación, la primera cumbre que se coronó fue la secuencia que en el Andante y variaciones op. 83b de Mendelssohn formaron una tercera variación con el Secondo reducido a murmullo, una cuarta en la que con papeles en principio intercambiados el Primo sonó con transparencia cristalina y una quinta de puro fuego. Tras dos (2ª y 5ª) de las Danzas eslavas op. 46 de Dvorak llenas de chispa, en la Fantasía D. 940 de Schubert se alcanzaron cotas de maravilla por detalles como el perlado timbre con que se formuló por tercera vez el incipit o por el espeluznante viaje de la tragedia a la lírica y vuelta que se propuso en la segunda sección.

Sobre dos teclados, la Consagración de la primavera de Stravinski deslumbró hasta por la contundente solvencia con que el Primo zanjó en la última danza la pérdida del paso en que incurrió el Secondo, pero sobre todo por la sorprendente luz que se proyectó sobre algunos pasajes que a las orquestas les suelen quedar en sombra y por la formidable capacidad para envolver de atmósfera las notas.

Dos risueños Milhaud cerraron la prometedora velada.