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El lector que se interna en el camino de Swann experimenta la sensación que su protagonista cuando saborea la magdalena untada en té. Si su perfume logra sacudir la memoria para que afloren «la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía», la obra En busca del tiempo perdido de Marcel Proust (París, 1871 - 1922) es una ruta por el complejo universo del autor

La pasada semana se cumplieron 100 años de la publicación del primer tomo de la Recherche, traducida al castellano como Por el camino de Swann. Proust sufragó los costes de la primera edición de esta novela, después del rechazo del editor de La Nouvelle Revue Française (NRF), André Gide, que nunca se arrepintiría lo suficiente. Por el camino de Swann vio la luz poco antes del estallido de la primera Guerra Mundial, cuyas sombras impregnaron las páginas del segundo volumen de la obra, A la sombra de las muchachas en flor, publicado al término de la contienda por la NRF, tras las disculpas de Gide. En el transcurso de la guerra, a la que Proust no pudo prestar sus servicios a causa de su frágil estado de salud, el autor se atrincheró en soledad para escribir los siete volúmenes que componen su obra maestra, que culmina con El tiempo recobrado, publicado después de su muerte en 1927.

Considerada una de las novelas cumbre de la narrativa mundial del siglo XX, En busca del tiempo perdido es una obra imprescindible que sobrevive a los embates del tiempo y alienta nuevas lecturas. Es un tratado psicológico narrado en un tiempo espiral, donde el narrador entra y sale del espejo al que se enfrenta, para perderse y encontrarse y contarlo a través del monólogo de la conciencia, una técnica de la que luego hicieron acopio James Joyce o Virginia Woolf. Se trata de una obra de arte del lenguaje, esculpido hasta la extenuación durante los encierros diarios de un Proust aquejado por el asma y la pérdida de su madre. Las oraciones holgadas y ondulantes, los enredos gramaticales y las descripciones y digresiones son los resortes lingüísticos de sus casi 3.000 páginas. Con la melodía de la sonata de Vinteuil, que arropa diversos episodios de la obra, Proust aborda, en escenas de apariencia insustancial, las contradicciones y cuestiones que atormentan a los seres humanos, como la pérdida de la inocencia y el vacío, la infancia y la muerte, o el deseo, el amor y la memoria.

Aunque la novela se gesta en su totalidad durante las primeras décadas del siglo XX, la Recherche rompe con las estructuras clásicas de la narrativa y se configura como una novela moderna que juega con los pilares del tiempo. Proust inicia el camino de la Recherche con la frase «Durante mucho tiempo me he acostado temprano» y, a partir de ahí, busca, gasta y recobra su tiempo perdido tirando del hilo de sus recuerdos para tejer el cuadro final. Con una capacidad magistral para desgranar lo cotidiano hasta el detalle. Además, Proust imprime una serie de enseñanzas en su crónica sobre los deseos frustrados y los salones de la aristocracia.

Con aspecto enfermizo y atildado, Proust, criado en el seno de una familia judía y acomodada en el barrio parisino de Auteuil a finales del XIX, vivía afligido entre dos luchas: el asma y su homosexualidad, que solo descubría en los burdeles masculinos que frecuentaba. Considerado como un cronista dandi que frecuentaba los salones de la alta sociedad, su conocimiento de la burguesía francesa permite adivinar una transposición literaria de aquellos personajes que conoció en vida.

Amor desfigurado y obsesivo

Si en Por el camino de Swann, el narrador presenta la vida del noble burgués Swann, que se enamora de Odette de Crécy, en el tercer tomo, El mundo de Guermantes I y II, el protagonista descorre el velo de la memoria y se descubre ante una élite social supérflua, carcomida por los vicios. Dos volúmenes después, La prisionera esboza un retrato del reverso oscuro de un amor desfigurado hasta la obsesión y que Proust proyecta en el personaje de Albertine, la segunda mujer de la que queda prendado el narrador, para alentar una serie de reflexiones en torno a la prisión de los celos. La obra plantea una serie de cuestiones acerca del autor y las concomitancias entre su vida y la de aquellos personajes que escogen entre el camino de la mansión de los Swann o el lado de los marqueses de Guermantes.

El legado que queda es este viaje poético que se inicia cuando Proust, a los 37 años, decide dar la espalda al mundo para edificar uno fascinante que logra remover al lector con reflexiones como «Cuando han muerto los seres y se han derrumbado las cosas, el olor y el sabor perduran mucho más, y recuerdan y aguardan, y esperan, sobre las ruinas de todo.» Como la buena literatura.