Obras de Britten, Vaughan Williams y Shostakovich.

Palau de la Música (valencia)

David Llácer (tuba) y Orquestra de València. Director: Carlos Miguel Prieto.

Un año después de la primera vez, Carlos Miguel Prieto (Ciudad de México, 1965) ha vuelto a demostrar sobre el podio de la Orquestra de València la bondad de contar con un director cómodo: cómodo en primer lugar para unos músicos nunca inquietados por un gesto de más o desorientados por uno de menos; cómodo en consecuencia para los oyentes e incluso para la música misma.

La Suite sobre tonadas populares inglesas, última obra orquestal completada (en 1974) por Benjamin Britten, llegó con toda su equilibrada combinación de vigor y melancolía en sus cuatro primeros números, en los que fueron destacando sucesivamente timbales, arpa, maderas y cuerdas. Pero fue sobre todo en el conclusivo Lord Melbourne donde (con un estupendo corno) más conmovedoramente se sintió la proximidad a la esencia de un mensaje tan desgarrador como en apariencia sencillo.

David Llácer protagonizó a continuación el Concierto para tuba escrito por Vaughan Williams en 1954. Y lo hizo con la seguridad mecánica y brillante musicalidad a que nos tiene acostumbrados en las intervenciones que desde hace dos décadas ofrece como solista de la orquesta que en esta ocasión lo acompañó con admirable disciplina. El regalo de la Zarabanda de la Partita para flauta de Bach confirmó como muy merecido el triunfo.

Que la comodidad en la ejecución también entraña un riesgo cierto cuando afecta a la concepción de la música quedó de manifiesto en la Quinta de Shostakovich. Desde el punto de vista técnico toda ella casi absolutamente impecable y con el concertino Palomares particularmente embelesador en sus solos del segundo movimiento, únicamente en el tercero hubo, si no de sufrimiento, sí al menos misterio, con sobresalientes desempeños individuales de la pareja de flautas y los solistas de oboe, clarinete y xilófono, este último con timbre metálico adecuadamente ominoso. En cambio, el primero por ejemplo resultó más lírico que trágico salvo en el desarrollo (¿qué menos?) y en una coda tan preciosa en sí misma como incoherente con lo precedente.