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ARCO y el coleccionismo

En el largo pasillo que lleva desde la entrada al recinto ferial madrileño hasta ARCO, el visitante se topa con un carro de combate y un fragmento de fuselaje de un avión.

Nada tienen que ver, sin embargo, con el arte contemporáneo que se exhibe dentro. Son, por lo que se ve, invitaciones a nuestros jóvenes a alistarse en las Fuerzas Armadas. La Armada: una opción de futuro, dice un letrero mientras que grupos de jóvenes de ambos sexos se suben al carro y se hacen fotografiar con sus teléfonos móviles. Uno piensa que debería haber muchas otras opciones que no pasaran por vestir un uniforme: de militar o policía. Pero ¡tal como se están poniendo las cosas!

En cualquier caso, la que parece ser cada vez menos una opción es la de vivir del arte: como artista o como galerista. Al menos en este país. Es significativo que de lo más que se está hablando esta semana es del IVA cultural. Las quejas parecen unánimes: algunos galeristas acusan al Gobierno de «ceremonia de la confusión» cuando no directamente de «tomadura de pelo» por una rebaja de ese impuesto que por su clara insuficiencia no parece satisfacer a nadie.

Una de las viñetas que El Roto dedicaba esta semana a ARCO mostraba a un hombre sándwich con un cartel dorado en el que, en lugar de «Compro oro», podía leerse «Compro arte».

Éste es un país lo ha sido siempre de grandes artistas, pero desgraciadamente de pocos coleccionistas. El mercado del arte en España sólo puede calificarse de raquítico. El contraste con países como Suiza, Alemania o Estados Unidos salta a la vista. Muchas galerías han tenido que cerrar o trasladarse a lugares menos céntricos y visibles de nuestras ciudades a la espera, tal vez un tanto ilusoria, de que vengan tiempos mejores.

Una feria del arte como ARCO es en cierto modo un espejismo porque puede hacer creer en una pujanza del mundo del arte que en realidad aquí no existe. Hay galerías presentes en esta y otras ferias que vegetan el resto del año. Es cierto que los coleccionistas lo tienen al mismo tiempo difícil: no es sencillo en efecto saber qué obras aguantarán con el tiempo. Y esto es algo aún más complicado en medio del ruido ambiente de una feria internacional.

A todo lo cual se suma la manipulación creciente del mercado: hay críticos de arte que se dedican al mismo tiempo al comisariado, y que defienden por tanto muchas veces intereses particulares. Claro que, a diferencia del IVA cultural, ése no es un problema exclusivamente nuestro sino del mercado del arte en general. Un mercado muy poco trasparente.

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