Obras de P. Halffter, Bartók y Rachmaninov.

palau de la música (valencia)

Wonny Song (piano) y Orquestra de València. Dirección: Pedro Halffter.

La Segunda de Rachmaninov gana mucho con los pasajes de los que antaño se solía prescindir a fin de evitar la supuesta impresión de desmesura, reiteración superflua y duración excesiva. La versión con que concluyó la cuarta actuación (tercera al frente de la Orquestra de València) de Pedro Halffter (Madrid, 1971) en el Palau confirmó que, lo mismo que sucede por ejemplo con la película Titanic, es su integridad lo que confiere plena coherencia de sentido a esta obra. Al principio, ese propósito de coherencia y fidelidad pareció contradicha por la inconstancia del tempo en la introducción Largo a un allegro moderato de exposición no repetida y en la que los primeros poco rit. se alargaron demasiado mientras que los segundos se inventaron porque sí. La última frase de la recapitulación del primer tema también se estiró bastante más de la cuenta.

Intenciones y resultados se ajustaron mucho mejor en el allegro molto, al que apenas cupo reprochar esporádicas incursiones en la histeria y unas campanillas (xilófono) de sutileza manifiestamente superable. A pesar de que, sorprendentemente, un compás antes del número 52 la brevedad del silencio malogró el efecto deseado, el adagio fue tan tórrido y el allegro vivace final tan exuberante como la partitura hace prever.

La primera parte de la velada se había iniciado con Abadón, anticipo de la ópera que Pedro Halffter está componiendo actualmente. Con la claridad con que la explicaron Rafael Díaz en el programa de mano y el propio autor de viva voz sobre el estrado como ayuda, se antojó música del máximo interés.

Menos atrajo sin embargo la interpretación que siguió del Tercero de Bartók. El surcoreano de formación canadiense Sonny Wong (Seúl, 1978) lució ciertamente técnica exacta, pero ni en él ni en el acompañamiento, sobre todo al final del primer movimiento y al comienzo del segundo movimiento, se apreció voluntad de trascender las notas escritas sobre el papel. Y el Nocturno nº 20 de Chopin ofrecido como propina por el solista no hizo sino confirmar esta insuficiencia.