Tengo el honor de moderar los tensos debates de Los Machacos. Se trata deuna peña nostálgica y antiestautaria que se reúne en una sacristía laica.

Sus componentes practican la curiosa costumbre de acordar los premios y distinciones, con anterioridad a la feria, a tenor de la actitud de los protagonistas taurinos en relación al cartel anunciado.

Entienden que a partir del primer paseíllo, los únicos premios adecuados son los que otorga el respetable en los tendidos con sus aplausos y moqueros, partiendo de la consideración bienintencionada de que la autoridad presidencial sea proba.

En esta ocasión, su acreditado Macrodídimo ha quedado desierto, pues se trata de una feria con muchas figuras y pocos gestos. Obteniendo la distinción Didimopática la inadmisible falta de variedad de encastes en un abono de largo metraje.

Y así, la concurrencia de matadores de élite implica siempre que la exigencia taurocéntrica se vea afectada por el toro comercial.

Ciertamente, se impone insistir en que el superesteticismo desaforado requiere la alquimia ganadera para lograr un toro carente de fiereza desde su salida de chiqueros. En definitiva, el morlaco inédito en el primer tercio y con vocación de entrega hasta facilitar la belleza final del trasteo.

De esta forma, todo queda supeditado al espectác lo. Y ello tan solo es posible, según el taurinismo, con el astado que propicie muchos pases y poca lidia.

Aciertan Los Machacos con la denuncia expuesta. El coso de Ruzafa, por historia y calificación administrativa, debe acoger en sus ferias al mayor número de ritmos de la lidia, impuestos por las distintas procedencias y características de los cornúpetas anunciados.