Europa necesita menos héroes y menos villanos. Calles y plazas tienen estatuas ecuestres de gente que no sabemos quién era y sobre la que los historiadores tienen opiniones contradictorias. Al final, te quedas con el caballo, soporte del peso de la historia. En Nueva York la estatuaria a pie de rascacielos son dioses paganos que hacen fácil entender que a Stan Lee se le ocurriera situar a los superhéroes Marvel en Manhattan. Los nombres individuales héroes del capitalismo se escriben en placas y dotaciones públicas.

La lucha antiterrorista internacional escribe sus derrotas para que parezcan victorias. Cuando todo eran víctimas en el sur de Manhattan, los policías y los bomberos pasaron a ser los héroes. Después, las víctimas fueron convertidas en héroes, como los soldados cuando vuelven en forma de cadáver, representados por una bandera primorosamente doblada. Si América es un modo de vida, cada civil estadounidense es un soldado para el enemigo. Así los hacen héroes al morir. Identificado el objetivo de la venganza en el villano Bin Laden, los navy seals que dicen haberlo ejecutado en una acción que llamamos antiterrorista, son anónimos y nocturnos como un rayo de la justicia divina.

En nuestro 11 M triunfa la prestidigitación de llamar héroes a las víctimas, ayudada por una tradición cultural que hace del dolor, fuerza y del martirio, santidad. Creo. La víctima sólo es activa cuando se expone u ofrece a un grave riesgo en obsequio de otra. El resto del tiempo sufre por el azar o la culpa ajena. El héroe es una criatura más del relato que de los hechos (sin relato no hay héroe, aunque haya habido acción). Al héroe se le admira y a la víctima se la compadece. La admiración entra por los ojos y abre la boca; la compasión sale de dentro y abre los brazos. ¿De verdad no se nota la diferencia? ¿Por qué cambiar algo profundo por algo superficial? ¿Será por que tenemos más facilidad para maravillarnos que para condolernos?