En esta ocasión han contado además con el excelente trabajo de Amadeo Lloris al frente al coro y de Araceli Bergillos como directora de escena.

La demostración ofrecida por esta última y sus colaboradores de la Escuela Superior de Arte Dramático de cómo la imaginación puede superar casi cualquier limitación presupuestaria ha sido de imposible contestación.

Ahí es nada crear la convincente ilusión de los sucesivos espacios en los que transcurre las Bodas de Fígaro con apenas cuatro kilómetros de cuerdas colgadas del techo más, eso sí, la eficaz sensibilidad de la iluminación diseñada por Luis Crespo.

En la segunda de las representaciones en el Auditorio del Conservatorio la orquesta comenzó con graves problemas de ajuste. Pero ya durante los dos primeros actos, dirigidos por Juan Bautista Pérez, y sobre todo en los dos últimos, con Pedro V. Caselles a la batuta, su contribución fue aumentando en calidad hasta casi merecer la felicitación sin condiciones.

Entre los solistas prevalecieron los motivos para el elogio. Aunque pasajeramente llegó a parecer que mejor aún habría sido con los intérpretes intercambiados, la Susana de Belén Roig y la Condesa de Hasmik Isahakyan gustaron mucho. Sebastià Peris como Fígaro y Elías Benito Arranz como Conde estuvieron también magníficos. Y David Sánchez, con madera de gran bajo no sólo buffo, superó con alta nota el reto de encarnar a Bartolo y Antonio en una misma función.

El resto se mantuvo por encima de la mera corrección, con el gaje de tener que asignar Cherubino a un contratenor y la sorpresa de por fin oír el aria de Basilio, no así la de Marzellina.